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Voto de Barón Vadeaux:
9
Drama Cuatro niños, hijos de distinto padre, viven felices con su madre en un pisito de Tokio, aunque nunca han ido al colegio. Un buen día, la madre desaparece dejando algo de dinero y una nota en la que encarga al hijo mayor que se ocupe de sus hermanos. Condenados a una dura vida que nadie conoce, se verán obligados a organizar su pequeño mundo según unas reglas que les permitan sobrevivir. Sin embargo, el contacto con el mundo exterior ... [+]
21 de junio de 2005
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay nada que falte ni nada que sobre en esta obra maestra de Kore-Eda Hirokazu. Inexplicitablemente dura, completamente sobrecogedora, "Nadie sabe" es un lírico viaje a las profundidades de Tokyo y al desarrollo de cuatro niños abandonados por su madre en un apartamento de veinticinco metros cuadrados. "Nadie sabe" se aleja del cine social y de la moralina fácil, no existe ninguna obvia crítica social como debería esperarse de una película de este estilo, sino que esta vez la sociedad es un fantasma, todo existe solamente en veinticinco metros cuadrados, y lo demás, lo que acontece fuera, es puramente anecdótico. Sin embargo, no hay que equivocarse, el hecho de que la crítica no sea explícita no implica que no haya reflexión social, pero la dureza de la película se encuentra sobretodo en un profundo sentimiento existencial acerca del sentido de despertar del sueño de la niñez para encontrarse desamparado. El director y los actores- cuyas interpretaciones no son buenas, son perfectas- conseguirán sumergirnos en el mundo como algo más que un expectador pasivo, nos harán sentir con los protagonistas la incertidumbre, la pena, la alegría y el desamparo, y a través de los excelentes planos de largo silencio y la cuidada música logrará tensarse el hilo del ambiente, haciéndonos un nudo en la garganta en los momentos en los que es inevitable temblar ante la enorme carga dramática. Se trata de un desarrollo pausado, pero narración tal no es baladí en una película de estas características, donde lejos de la bronquita de tres al cuarto, el director entra en el tema de la infancia con la excelencia del mismo Francois Tuffaut, lejos de la superficial comercialidad en la que tiene riesgo de caer una película de estas características, Hirozaku rechaza todo el melodrama barato para darnos el producto en crudo, en duro, pero sin rechazar nunca la naturalidad de la puesta en escena, siendo capaz de presentar momentos felices dentro de la desgarradora dureza del film. No es solamente niños abandonados, es también dulzura, es también la hermosura de la infancia y libertad, es también picaresca y amor, es el eterno claroscuro de la vida. Aquí no hay pantomima que valga, aquí no hay espectáculo de vodevil, sino la capacidad de sobrecoger al espectador con poesía, delicada y fascinante lírica del dolor y la alegría. Esto es cine.
Barón Vadeaux
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