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Voto de Skorpio:
7
7,8
20.349
Thriller. Drama
Enero de 1920, Ley Seca. En Atlantic City (Nueva Jersey), "Nucky" Thompson (Buscemi), un político corrupto, trama un plan para enriquecerse vendiendo alcohol. Mientras tanto, el ex protegido de Nucky, Jimmy Darmody (Pitt), terminada la Primera Guerra Mundial (1914-1918), regresa a casa con grandes planes para su futuro, aunque sus aspiraciones lo llevan a sellar una alianza que podría tener graves consecuencias para él y para Nucky. ... [+]
20 de septiembre de 2010
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vuelve la más grande, y como no podría ser de otra manera, lo hace por todo lo alto. La nueva serie de la HBO se ha puesto el listón muy alto nada más empezar. Y atención, que nunca ha habido hasta ahora una serie a la que no le viniese grande el siempre desacertado apelativo de “sucesora de”, en este caso, Los Soprano, por mucho que su creador y showrunner, Terence Winter, haya salido directamente de aquella serie, en la que siempre fue una de las principales almas creativas. Pero las primeras impresiones que nos deja el visionado del piloto no podrían haber sido mejores, y eso que la expectación estaba por las nubes, lo que siempre resulta un lastre y un obstáculo al fin y al cabo.
Ante la arriesgada afirmación que acabo de hacer en el párrafo anterior, no me estaba refiriendo a la esfera relacional y psicológica que elevó a los altares a la familia mafiosa del siglo XXI por excelencia, ni mucho menos. Lo que sí es cierto es que Boardwalk Empire tiene todas las papeletas para recoger el testigo de la serie de David Chase en cuanto a la indiscutible referencia en el macrouniverso ficticio de los relatos del crimen organizado en esta nueva década. Sin duda, desde Tony Soprano y compañía, el imaginario colectivo se ha movido del cine a la televisión en cuanto se buscaba la mejor representación actual de ese gran género de la ficción.
Con tales expectativas, la producción ha dado en el clavo con la elección de un inmejorable maestro de ceremonias: Martin Scorsese, el nombre propio al que inmediatamente se le atribuye el concepto de mafia en el cine, así como el mayor gurú del género, con permiso de Coppola, la otra gran referencia. El cineasta italoamericano ha dado con la clave, encontrando la intersección exacta entre su reconocible y poliédrico universo autoral y la nueva era del drama gangsteril, con la que, por otra parte, estaba condenado o destinado a encontrarse tarde o temprano. Sus marcas personales enseguida se hacen patentes, si bien el guión ya se presta de por sí a ello con toda claridad: los largos e intrincados travellings descriptivos en localizaciones multitudinarias, la atmósfera sórdida, la aureola rematadamente soez de los personajes, la violencia ensañada y espontánea o el logrado contrapunto con el que intercala las secuencias de matanzas. Esperemos que la inercia de su sello se mantenga y en los siguientes episodios la esperable excelencia narrativa venga acompañada de la genialidad visual.
Insisto en que esta serie está destinada a ser el nuevo estandarte de calidad de la HBO, cuyo reinado, por suerte para los televidentes golosos, ha tenido por fin una importante contestación en los últimos años. Por ello, la cadena no ha escatimado en recursos y nos ha vuelto a dar una lección de diseño de producción, ambientación y factura escenográfica de lujo.
(continúa)
Ante la arriesgada afirmación que acabo de hacer en el párrafo anterior, no me estaba refiriendo a la esfera relacional y psicológica que elevó a los altares a la familia mafiosa del siglo XXI por excelencia, ni mucho menos. Lo que sí es cierto es que Boardwalk Empire tiene todas las papeletas para recoger el testigo de la serie de David Chase en cuanto a la indiscutible referencia en el macrouniverso ficticio de los relatos del crimen organizado en esta nueva década. Sin duda, desde Tony Soprano y compañía, el imaginario colectivo se ha movido del cine a la televisión en cuanto se buscaba la mejor representación actual de ese gran género de la ficción.
Con tales expectativas, la producción ha dado en el clavo con la elección de un inmejorable maestro de ceremonias: Martin Scorsese, el nombre propio al que inmediatamente se le atribuye el concepto de mafia en el cine, así como el mayor gurú del género, con permiso de Coppola, la otra gran referencia. El cineasta italoamericano ha dado con la clave, encontrando la intersección exacta entre su reconocible y poliédrico universo autoral y la nueva era del drama gangsteril, con la que, por otra parte, estaba condenado o destinado a encontrarse tarde o temprano. Sus marcas personales enseguida se hacen patentes, si bien el guión ya se presta de por sí a ello con toda claridad: los largos e intrincados travellings descriptivos en localizaciones multitudinarias, la atmósfera sórdida, la aureola rematadamente soez de los personajes, la violencia ensañada y espontánea o el logrado contrapunto con el que intercala las secuencias de matanzas. Esperemos que la inercia de su sello se mantenga y en los siguientes episodios la esperable excelencia narrativa venga acompañada de la genialidad visual.
Insisto en que esta serie está destinada a ser el nuevo estandarte de calidad de la HBO, cuyo reinado, por suerte para los televidentes golosos, ha tenido por fin una importante contestación en los últimos años. Por ello, la cadena no ha escatimado en recursos y nos ha vuelto a dar una lección de diseño de producción, ambientación y factura escenográfica de lujo.
(continúa)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El argumento trascurre con mucha más fluidez en un escenario tan logrado como la Atlantic City de los años '20, en los inicios de la Ley Seca, y en especial, ese paseo marítimo en el que se construye día tras día el imperio del crimen. Así como una "sociedad" sumida en el miedo y la inopia, por un lado, y la depravación más desbocada, por el otro, en manos de criminales, mercenarios y mangantes varios, y con abismales diferencias sociales: lo más parecido a Sodoma y Gomorra que ha podido parir el siglo XX.
Las pautas narrativas y conceptuales quedan perfectamente marcadas, como debe suceder en un buen piloto. Al margen de las dialécticas de poder, corrupción, traición, venganza, temor y respeto, habituales y reconocibles en todo relato criminal, la serie ofrece otras dos vertientes, que la definen como única y que servirán para encauzar los acontecimientos. Por un lado, esa doble cara, esa doble moral de la alta sociedad, en la que el mayor peligro para el pueblo son aquellos que precisamente están obligados a protegerlo. Esto queda perfectamente personificado en la figura del cínico y poderoso Nucky Thompson, en la piel de un siempre genial Steve Buscemi, que estará en su salsa. De una cara, un respetado cargo político en quien el pueblo confía, sobre todo de cara a la correcta ejecución de la recién implantada Ley Seca. De la otra, en la sombra y el exclusivo circuito de casinos, burdeles y salas de fiesta, mueve el contrabando de licores que de día tanto dice querer erradicar. Una alegoría directa a la naturaleza más perra e infame de la política. La propia dualidad ética pasa a un nivel más íntimo, a la fuerte dicotomía entre la facilidad con la que ordena matanzas y demás actos delictivos, a la piedad con la que ayuda a una pobre mujer (Kelly McDonald) que acude a pedirle protección y a la que acaba rescatando de los brazos de su maltratador, jugador y borracho marido, esa misma clase de persona de la que su imperio criminal se lucra.
El que se intuye como el otro gran principio organizador de esta ficción es la perspicacia de los ratones para destruir a las águilas, es decir, insignificantes secuaces que, poco a poco, y para su lucro y escalada personal, van destrozando desde dentro (o apoderándose) de las estructuras criminales, hasta la mismísima cúpula, que no sospecharía lo más mínimo de estas ratas trepadores. A través de una compleja partida de traición, chantaje, influencias y, por supuesto, doble juego, el otro gran personaje de la serie, Jimmy Darmody (Michael Pitt), joven veterano de guerra y hombre de confianza de Nucky, aprovecha su accidental condición de “doble agente” con los federales para burlar a unos y otros y llevarse el botín, no sin antes hacer gala de honor y gratitud con su “mentor”, al que le entrega un porcentaje. Su principal compinche en este arduo y temerario menester no es otro que un novel y emergente Al Capone, la mayor referencia histórico-cultural de la serie hasta el momento.
Las pautas narrativas y conceptuales quedan perfectamente marcadas, como debe suceder en un buen piloto. Al margen de las dialécticas de poder, corrupción, traición, venganza, temor y respeto, habituales y reconocibles en todo relato criminal, la serie ofrece otras dos vertientes, que la definen como única y que servirán para encauzar los acontecimientos. Por un lado, esa doble cara, esa doble moral de la alta sociedad, en la que el mayor peligro para el pueblo son aquellos que precisamente están obligados a protegerlo. Esto queda perfectamente personificado en la figura del cínico y poderoso Nucky Thompson, en la piel de un siempre genial Steve Buscemi, que estará en su salsa. De una cara, un respetado cargo político en quien el pueblo confía, sobre todo de cara a la correcta ejecución de la recién implantada Ley Seca. De la otra, en la sombra y el exclusivo circuito de casinos, burdeles y salas de fiesta, mueve el contrabando de licores que de día tanto dice querer erradicar. Una alegoría directa a la naturaleza más perra e infame de la política. La propia dualidad ética pasa a un nivel más íntimo, a la fuerte dicotomía entre la facilidad con la que ordena matanzas y demás actos delictivos, a la piedad con la que ayuda a una pobre mujer (Kelly McDonald) que acude a pedirle protección y a la que acaba rescatando de los brazos de su maltratador, jugador y borracho marido, esa misma clase de persona de la que su imperio criminal se lucra.
El que se intuye como el otro gran principio organizador de esta ficción es la perspicacia de los ratones para destruir a las águilas, es decir, insignificantes secuaces que, poco a poco, y para su lucro y escalada personal, van destrozando desde dentro (o apoderándose) de las estructuras criminales, hasta la mismísima cúpula, que no sospecharía lo más mínimo de estas ratas trepadores. A través de una compleja partida de traición, chantaje, influencias y, por supuesto, doble juego, el otro gran personaje de la serie, Jimmy Darmody (Michael Pitt), joven veterano de guerra y hombre de confianza de Nucky, aprovecha su accidental condición de “doble agente” con los federales para burlar a unos y otros y llevarse el botín, no sin antes hacer gala de honor y gratitud con su “mentor”, al que le entrega un porcentaje. Su principal compinche en este arduo y temerario menester no es otro que un novel y emergente Al Capone, la mayor referencia histórico-cultural de la serie hasta el momento.