Para mí, el mejor producto que ha generado Netflix, sin duda alguna. Por su originalidad, su inabarcable universo e imaginación, sus guiones, su hondura. Es una serie que habla sin tapujos de la depresión, la soledad, la adicción, el consumo de drogas, el perdón, la muerte, la culpa. Creo que el creador, Raphael Bob-Waksberg, es uno de los tipos más brillantes del panorama. En lo personal, me ha roto en dos.

BoJack, el antihéroe, expía todas nuestras peores acciones, nuestros peores sentimientos. Pasa por ellos como si lo estuviera haciendo por nosotros, que somos y hemos sido tan miserables como él. El infierno al que desciende no tiene fin, ni tampoco llamas perpetuas; es, simple y llanamente, la cruda e inefable soledad. La historia es brutal; el viaje comienza, además, con un personaje ya cargado de culpa, que ya ha hecho muchas cosas muy mal. Eres tú, como espectador, el que va reconociéndose en la miseria. Solo le perdonas porque sabes que os parecéis.

Pero la serie está plagada de momentos luminosos, de personajes luminosos. Tiene la capacidad de hacerte reír y al momento lanzarte una espada directa adonde duele, pero te hace reír. Y mucho. Los dos payasos Todd y Mr. Peanutbutter son adorables. Destaco a Mr. Peanutbutter porque es un personaje que detestas al principio, pero poco a poco te das cuenta de que no te gusta porque es demasiado bueno. Sientes más empatía por BoJack, o por Diane, que son ególatras, vulnerables, malvados en ocasiones. Se parecen más a ti.

Es bonito ver, como ocurre en las series buenas, cómo los actores y actrices se van involucrando más y más con el producto con el tiempo, luchando por él, produciéndolo si es necesario. Una obra maestra.