Los Lester son una familia de pobres, pícaros y miserables campesinos sureños a punto de ser desahuciados por el banco. No hay nada en ellos virtuoso o simpático que despierte simpatía o piedad en el espectador, todo es desastroso, el protagonista es un vago, incluso un mal padre que no sabe ni la cifra exacta de hijos que han tenido, ni sus nombres, ni su paradero, y sin fuste en sus pequeños desmanes.

De los dos hijos que les quedan al matrimonio uno se vale de gritos y golpes para expresarse, y la otra (bellísima Gene Tierney con 20 años pero con escasísimas apariciones) parece sordomuda, pero no queda claro.

El protagonista hace un gran papel, todo hay que decirlo, piensas que en cualquier momento va a sacar su corazoncito, logra engañarnos con interpretación de entrañable truhán pero hasta el último momento conserva su cinismo.

Otro de los protagonistas que acapara la atención del espectador es un coche que no para de llevarse toda clase de golpes pero que nunca se rompe.

La fe es una constante en la película, los protagonistas recurren a Dios con frecuencia, para cantarle fanáticamente o para hablarle con cinismo, pero como una manifestación más de su ignorancia.

La película es ciertamente inclasificable: si ha querido ser comedia no tiene gracia, si es humor negro carece de chispa. Se aguanta por quién está detrás de la cámara, que nos brinda su buen oficio y algunos de sus inconfundibles planos líricos. Algunos “fordianos” teorizan en este muro sobre el mensaje de la película. ¿Un canto al apego del ser humano a la tierra? ¿Un retrato costumbrista de ciertos personajes del Sur? Pienso que la productora quiso hacer taquilla llevando al cine una novela superventas por sus insinuaciones sexuales, taquillera en el teatro, y en la película capadas para salvar la censura. No hay nada más. Ford recibe un encargo por un guion sin gracia, Ford cobra.

Película de difícil deglución para incondicionales del maestro.