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Voto de antonalva:
7
Drama Alexandre vive en Lyon con su esposa e hijos. Por casualidad, se entera de que el sacerdote que abusó de él cuando era un boy scout sigue trabajando con niños. Se lanza a un combate al que se unen François y Emmanuel, otras víctimas del sacerdote, con el fin de liberarse de sus sufrimientos a través de la palabra. Pero las repercusiones y consecuencias de sus testimonios no dejarán a nadie indemne. Basada en el caso real de Bernard ... [+]
5 de mayo de 2019
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando eres niño, el mundo de los adultos es un enigma indescifrable. Poco a poco vas aprendiendo cómo se comportan y lo que pretenden con sus conductas, porque una cosa es lo que proclaman y otra muy diferente es lo que en realidad hacen. Si tienes la mala fortuna de encontrar en tu camino a una persona que te somete a abusos físicos o sexuales, entonces cuesta expresar lo que pasa. Además, cuando lo que te ocurre tiene que ver con la sexualidad – un tabú donde se mezclan la curiosidad, el secreto, el sentimiento de culpa o el silencio de tus allegados – entonces te falta la capacidad para elaborar una respuesta fluida y natural con la que abordar esa tropelía. Quizás no sea ni lo peor ni lo más dañino que te pueda ocurrir durante la infancia, pero está claro que alguien (el abusador) ha cruzado una frontera y uno mismo (el abusado) no comprende lo que está aconteciendo. Y si, para colmo de calamidades, quien traspasa ese límite es un educador o una persona con autoridad, entonces podemos sucumbir al desánimo o la locura.

Los abusos sexuales son una pegajosa y tupida tela de araña que nos atrapa y engulle. Negar los abusos es aberrante. Tratar de encubrir a los culpables es criminal. Y aunque este tema parezca reducirse a los desafueros cometidos – y ocultados – por la Iglesia Católica, no debemos olvidar que ni han sido los únicos ni, quizás, los más abundantes, aunque a buen seguro que dada su vocación salvífica y compasiva puedan – y deban – considerarse los más tóxicos y censurables. Pero también las familias deben cargar con su responsabilidad, al no haber escuchado y entendido lo que estaba pasando. Señalar sólo a los infractores es querer silenciar que hubo muchos cómplices que por comodidad o pereza optaron por hacer dejación de su obligación de estar junto a los más débiles y vulnerables: los vástagos.

François Ozon nos propone una exhaustiva crónica sobre la incapacidad de la Iglesia – debido a un inapropiado concepto del perdón que los llevó a creer que los trapos sucios, por el bien de sus feligreses, debían purificarse, con disimulo y sin publicidad, entre bastidores – para encarar y atajar este lacerante asunto. Pero la omisión del deber de amparo y respeto hacia los perjudicados salpica más allá de los claustros y las abadías, facilitando con ello que los agravios se multiplicaran por el mero disimulo o inacción. Quizás la cinta resulte demasiado prolija y envarada, con unos diálogos redundantes y repetitivos, pero su excelente factura y su mirada clemente la convierten en un documento imprescindible para comprender que nunca es fácil encontrar soluciones sencillas a problemas complejos.

Necesaria y desasosegante.
antonalva
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