O Efectismo vs. Realismo.

El propio Claudio Tamburrini relató en su libro “Pase libre” su arresto, secuestro, reclusión en una mansión y todo tipo de penurias que tuvo que sufrir por parte de sus torturadores. Era inocente aunque eso poco importaba en ese instante si estabas en el momento y lugar equivocados. Y ese punto de partida, como el tono que elige Adrián Caetano respaldada por esa cámara al hombro tan propicia por el docudrama, supone uno de los elementos más interesantes del filme: en el fondo no hay demasiada diferencia entre los horrores que prefiere no mostrar “Crónica de una fuga”, con esas agradecidas e inteligentes elipsis, frente a las primeras películas de Wes Craven o Tobe Hooper. La diferencia que suele separa la realidad de la ficción. Lo creíble y realista frente a los efectismos tan propios del género.

Aunque esa supuesta credibilidad, que se centra más en el terror psicológico que en recrear las torturas beneficiándose del socorrido splatter (véase “Hostel” y similares), se quiebra con una banda sonora efectista y mediocre, más acorde con la serie B, y que la realidad no sea tan agradecida y reconfortante para el espectador como suele ocurrir en las películas de género. Que por un instante a esas víctimas no se les ocurriese la posibilidad de regresar al horror para convertirse en ejecutores de sus verdugos.

Ante semejante indignación me quedo con esta declaración de los verdaderos protagonistas del filme: “Nosotros sobrevivimos pero treinta mil personas no se pudieron escapar y hoy siguen desaparecidas. La película es un homenaje para todos ellos.” Si “Crónica de una fuga” hubiese pescado algún premio en la desangelada sección oficial de Cannes 2006 el homenaje seguro que hubiese sido mayor.