Basada en una novela de George Simenon, es una propuesta un poco ajena a la filmografía de Melville, además de estar rodada mucho más convencionalmente que cualquiera de sus otras películas, sin esa muda, ascética expresividad del silencio tan característica de su cine. Un boxeador fracasado y un banquero en problemas unen sus destinos en una huida en el que uno trata de alejarse de un pasado que le amenaza y el otro de un presente sin sentido. Pese a que no alcanza, como digo, la perfección expresiva y dramática de las grandes obras de Melville, es una suerte de “road movie” que atesora, muy atemperados, algunos atractivos entre los que destaca fundamentalmente la cambiante y enfermiza relación de afecto y dominio, fingimiento y mentira de los dos protagonistas principales, Charles Vanel como el viejo Ferchaux y Jean Paul Belmondo como el ex soldado Michel Maudet. Cuenta, sin embargo, con imperdonables fallos de guion e interferencias inexplicables de secundarios sin interés o valor dramático –las chicas están metidas con calzador- y, sobre todo, una excesiva y anodina fascinación por el paisaje americano, sus edificios, el profundo sur o la ciudad de Nueva Orleans que desplaza erróneamente el interés -Melville cometería igual pecado en “Dos hombres en Manhattan” (1959)- de esta irregular adaptación. Para completistas del maestro Melville.