Con un guión de Robert Rossen, lleno de buenos y acerados diálogos, y la apasionada música de Miklos Rozsa, se despliega ante nuestros ojos este melodrama de estilo clásico, ya un poco añoso, en el que una caprichosa niña asesina más o menos incidentalmente a su mandona tía de la que hereda una inmensa fortuna. Verdugo o víctima, deberá arrostrar junto a su futuro marido un secreto que creen compartir con su compañero de la infancia. Años después este vuelve al pueblo, lo que desencadena una catarata de reacciones, miedos y confesiones. Pese al destacadísimo plantel de actores, la dirección de Lewis Milestone es un poco torpe e inexpresiva, superficial, en la que no hay equilibrio entre los papeles y se abusa del personaje -verdaderamente atractivo, todo sea dicho- de Van Heflin en detrimento de la pareja formada por Kirk Douglas y Barbara Stanwyck, mucho más interesante desde el punto de vista dramático. La mediocre Lizabeth Scott con su pelmazo personaje es una losa que resta aún más enteros a este buen melodrama al que el tiempo no ha envejecido muy bien.