Rebeca es, sin ningún lugar a dudas, la primera gran obra maestra de Alfred Hitchcock. Aunque ya venía amagando desde atrás con muy buenas películas, es aquí donde comienza su verdadera leyenda. Porque ya sabíamos que era un genio de la filmación, pero ahora también sabemos que era un genio de la captación de sensaciones. Porque todos, durante todo el film, podemos sentir a Rebeca aunque Rebeca ya no esté, aunque Rebeca haya muerto, porque Rebeca lo gobierna todo aún estando muerta. Gobierna a un tipo poderoso marcado por su pasado, a una muchacha ingenua que quiere aprender a vivir, a un ama de llaves totalmente presa de una idealización, a un amante, a la familia, al servicio. Su nombre bordado en cada cojín, en cada servilleta, en cada agenda. Todo Manderley es Rebeca y sin aparecer en un una sóla escena, ni siquiera en una fotografía, la sentimos presente todo el tiempo como si de una película de fantasmas se tratase. Incluso mejor que en una película de fantasmas. Y eso es gracias al manejo del oficio de director de Alfred Hitchcock.