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Voto de Archilupo:
9
Drama Walt Kowalski (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea (1950-1953), es un obrero jubilado del sector del automóvil que ha enviudado recientemente. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino de 1972. Es un hombre inflexible y cascarrabias, al que le cuesta trabajo asimilar los cambios que se producen a su alrededor, especialmente la llegada de multitud de inmigrantes asiáticos a su barrio. Sin ... [+]
8 de abril de 2010
38 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Incluso el crítico más macaco ve la intención religiosa de esta potente película. En tal aspecto incide de lleno la excelente y recomendable crítica firmada por Martes Carnaval en esta página.

En el funeral de su esposa, Walt Kowalski lanza miradas de hielo a su prole (fijándose con fastidio en el atuendo y muecas de sus nietos), que a su vez murmura sobre él.
Un cura melifluo se le acerca luego con ánimo apostólico y Walt le corta en seco: “Ocúpese de otra oveja”.
Al quedar viudo vive solo en su casa, rodeado de un vecindario con el que no se trata. Corta el césped delantero, vigilando que nadie pise ni el borde, y bebe cerveza callado en el porche, junto a la bandera americana, con el rifle a mano. Lee el horóscopo a la perra y mantiene flamante en el garaje su ‘Gran Torino’, una joya de coleccionista.

Kowalski es un veterano de Corea, marcado por ello. Lo revive como fatalidad, por las atrocidades, y con orgullo, por el sentimiento del deber patriótico. Es personaje con exterior duro y cascarrabias, irritado con el mundo que le toca en esta fase de su vida. “¡Cuánto gilipollas!”. Él se rige por la justicia y el honor, y parecen haberse esfumado.
A sus hijos, unos sanguijuelas, no los quiere ni oír.
Los vecinos más próximos son una multitudinaria familia de etnia asiática, a quienes Walt ve como “ratas de alcantarilla”. Además de otra raza, tienen otra religión, otros sacerdotes, otras costumbres alimentarias, otra estatura, otra forma de mirarse… Nada que ver con ellos.
Pero la aparición de unos pandilleros violentos que merodean por la barriada traerá incidentes y contacto, siempre en términos ásperos, no menos ásperos que los utilizados con los amigos del bar y la peluquería, italianos e irlandeses socialmente católicos como él, que es de origen polaco*.

El papel de Eastwood, de los de entrecejo fruncido y ojos como ranuras, es columna central de la película. Parece el típico fascista xenófobo con arsenal casero, partidario de un gobierno de hierro y capaz, en una ventolera, de perpetrar una matanza desde una azotea.
Los diálogos son muy parcos, como si el guionista tuviese que pagar él un tanto por palabra. Pero en los silencios y sobreentendidos aparece de cuando en cuando un gesto mínimo, contradictorio con la imagen del personaje. La intriga creada en el espectador, acerca de la verdadera naturaleza y evolución del personaje tras la máscara, tira con fuerza del desarrollo.
Es película sobria, concisa, sin el empaste melodramático y por momentos efectista de otras cintas recientes del director.

El sorprendente y magnífico desenlace del tenso conflicto provocado por los matones conmueve en lo más profundo y despierta la reflexión humanista**.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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