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Voto de Archilupo:
7
Cine negro Un boxeador rescata a una cantante de las lascivas garras de su jefe. Intriga y melodrama para una película de bajo presupuesto producida, dirigida, escrita, fotografiada y montada por Stanley Kubrick. (FILMAFFINITY)
17 de octubre de 2008
119 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El beso del asesino” no es una obra maestra ni un clásico.
Como en su anterior largometraje, el joven Kubrick sigue ‘en prácticas’, aprendiendo facetas del cine que aún está lejos de dominar.

La historia flaquea. De corte negro, está tramada de modo convencional, con diálogos pretendidamente acerados. Dentro del gran flashback general hay otros que no se justifican del todo. Uno de ellos incluye el episodio del ballet, un largo relato en off poco acoplado. Los actores no son de primera, y dan un rendimiento rutinario…
El final está encajado forzadamente…

Pero, sabido esto, lo que importa son los aspectos visuales de diferentes escenas, los valiosos avances del excelente fotógrafo que Kubrick ya era.
El microcosmos claustrofóbico de los diminutos apartamentos conectados por un patio de luces, donde viven los protagonistas, y se estudian con disimulo mientras Kubrick los explora para nosotros con su lente, es fascinante. Los rostros se duplican y deforman en espejos y cristales, a través de la pecera, en el reflejo de los buzones. Él deja la vista ir mientras habla por teléfono; ella también mira, taza en mano, suspendida.
En el ring, la cámara baila con los pugilistas, se mete entre ellos. En el instante del KO se vuelve subjetiva. Una primitiva TV lo retransmite con imágenes borrosas.
También se adentra la cámara en un sueño, que construye con tomas callejeras en negativo, aceleradas.
Rodando exteriores sin licencia (Times Square y Broadway, sus carteleras luminosas, la muchedumbre transeúnte bajo marquesinas de bombillas), Nueva York se capta con espontánea viveza de reportaje.
Los célebres encuadres simétricos, los contrastes de las poderosas sombras, juegan a fondo en la escena de la paliza del callejón, a manos de siniestras siluetas.
Y enorme potencia expresiva tienen también los paisajes de los muelles desiertos, las solitarias calles de almacenes y naves de ladrillo en Brooklyn y el bajo Manhattan, así como, especialmente, la escenificación hipnótica de la lucha a muerte en medio de maniquíes…

En la perspectiva del tiempo queda patente la inteligencia de Kubrick, su gran capacidad de aprendizaje. Comprendió que el guión no era lo suyo y no volvió a escribir ninguno. Todas sus películas siguientes se basan en sólidas novelas, adaptadas en equipo.
En cambio, su extraordinario talento para el lenguaje puramente visual, que siembra “El beso del asesino” de magníficos destellos, fue desarrollado hasta cotas culminantes en su obra posterior.
Archilupo
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