Una de esas películas que uno no recomendaría, tan cruda y malsana como verdadera, incómoda de ver e imposible de olvidar. Te preguntas si vale la pena sufrirla, si aporta algo a la historia o si honra a la víctima.

El caso de Sylvia Likens inspiró a Jack Ketchum para escribir una novela devastadora. Cambió la naturaleza de algunos detalles, como el año y lugar del suceso, y, aunque parezca mentira, suavizó algunos aspectos. Otorgó el protagonismo a un chaval de doce años, vecino de la casa donde transcurre el horror, cuya conducta supone otra fuente de inquietud.

Esta adaptación, muy inferior al libro, recuerda en sus primeros momentos a una peli de sobremesa. La factura es cutre, la banda sonora no encaja con el relato, la realización no pasa de correcta, las actuaciones (salvo la de Blanche Baker) dejan bastante que desear. Y, sin embargo, inocula una sensación de espanto inigualable. No se parece al terror tradicional. Lo que transmite el film conecta con nuestros miedos más profundos. Nos habla de cosas más oscuras, más terribles, más reales.

"En el sótano, con Ruth, comencé a aprender que la ira, el odio, el miedo y la soledad son un botón que espera el tacto de un solo dedo para desbocarse hacia la destrucción. Y aprendí que esos sentimientos pueden tener el sabor de la victoria."