¡Atención!: Si usted lector es un delicadito o delicadita de los que no gustan que le adelanten lo más mínimo del contenido, deje de leer aquí mismo, frénese en este punto y aparte, no salte al párrafo siguiente o de abajo, ¡advertido queda!). Se trata de un filme de esos que muestran a un tipo norteamericano, especie de supermago ya que lo pueden tener atado, encajonado o encarcelado, pero aún así logra abrir túneles, recorrer distancias, maniobrando máquinas y hacer asombrosas actividades que solo son más propias de la ficción «made in USA».

La película empieza desarrollando una estupenda e interesante crónica sobre un ciudadano que en la tranquilidad de su hogar es asaltado por unos violentísimos delincuentes de ésos que nuestros gobernantes, autoridades chiripitifláuticas y sobre todo el sistema judicial, siembran, abonan, cuidan toleramente y multiplican sin ningún sentido del Bien y del Mal, de manera que tales antisociales matan a la mujer e hija de ese «ciudadano ejemplar». Tiempo después los criminales son atrapados pero uno de ellos, gracias a un fiscal interesado solo en su escalafón y cuenta de éxitos judiciales, acuerda con la defensa que el inmoral culpable quede pronto libre. Ya se pueden imaginar la reacción del sufriente padre de familia, quién se convierte en una especie de justiciero que con gran talento le da por matar a funcionarios de justicia.

Lamentablemente, no sé si el director, el guionista, el productor, o el conjunto de todos ellos, parecen no haber visto o no haber aprendido de los buenos y célebres realizadores de filmes, que cuando trabajan una cautivadora narración cinematográfica siempre la redondean o acaban la faena con una excelente estocada hasta la bola (por ejemplo, John Ford, Alfred Hitchcock, Akira Kurosawa, Stanley Kubrick…) y no como en este caso de un «ciudadano ejemplar», o mejor dicho de un «fiscal ejemplar», donde se pifia la historia desde la tercera parte hasta el final de la manera más burda, incompetente y desprovista del más mínimo realismo.