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Voto de Bolseiro:
7
13 de noviembre de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con paso firme y directo Matteo Garrone crea una oda a la rabia, a los efectos de la silenciosa y abrumadora violencia escondida, esa que nos rodea y que causa, siempre a deshora, unos efectos devastadores. El director es capaz de recrear y describir en un escenario frío y lúgubre, carente de empatía, la falta de sentimientos y de calor, pero no del físico. Vemos que en el árido desierto de la ausencia de apego, la única flor de la dilección no es capaz de frenar la marabunta acumulada tras años de introspectivo rencor. Su salida será igual de rotunda.
La elección de Marcello Fonte no es casual, su gestualidad, su personalísima forma de recrear las situaciones hace que su personaje, complejo y complicado, transmita contundentemente sus ansias de ser escuchado. Muchas veces, a pesar de su comunicación directa, transmite por sus miradas y miedos ocultos. Las circunstancias evocan y reclaman al desastre, pero, de facto, llegamos al extremo en un guion que va calentando la sensación de agobio y opresión, en paridad al personaje central. Ese camino suntuoso y empedrado lo vivimos con su protagonista. Acompañamos ese pequeño calvario y llegamos a la crucifixión social y personal, pero esta vez sin resurrección, porque las bellas historias no están hechas para la mísera vida de lo insignificante.
La elección de Marcello Fonte no es casual, su gestualidad, su personalísima forma de recrear las situaciones hace que su personaje, complejo y complicado, transmita contundentemente sus ansias de ser escuchado. Muchas veces, a pesar de su comunicación directa, transmite por sus miradas y miedos ocultos. Las circunstancias evocan y reclaman al desastre, pero, de facto, llegamos al extremo en un guion que va calentando la sensación de agobio y opresión, en paridad al personaje central. Ese camino suntuoso y empedrado lo vivimos con su protagonista. Acompañamos ese pequeño calvario y llegamos a la crucifixión social y personal, pero esta vez sin resurrección, porque las bellas historias no están hechas para la mísera vida de lo insignificante.