Volvemos a la cruda realidad, a la desesperanzadora equidistancia de una sociedad llena de recovecos en los que los que sufren son los que no pueden hacer nada. Que el sistema los condena de antemano. Los hermanos Dardenne vuelven a hacer daño a la sensibilidad del espectador. Señala y enumera todos los vicios de una sociedad falta de delicadeza, de ausencia de empatía y de oscurantismo moral. La historia que tejen los directores no busca el dramatismo como base, si no que guía a sus personajes entre sus necesidades, sus carencias y todo un amplio repertorio de realidades aprovechadas. La pareja protagonista rezuma todo el verismo y realismo que se le puede pedir. Un arco interpretativo lleno de detalles y reacciones naturales, sin excesos ni ausencias, llevadas a cabo con pragmatismo y buen gusto y sin romper el discurso inicial del espectador como observador privilegiado. Una bofetada directa a la hipocresía, para volver a poner el foco en los enrevesados y laberínticos caminos que la emigración tiene que sortear y no siempre con éxito para poder ser lo que anhelaron un día y que tienen derecho a encontrar...