No pasa nada. No hay conflictos ni intriga ni acción ni aventuras ni diálogos que te lleven a pensar un poco, tampoco hay una trama elaborada ni solución ni conclusión ni moraleja... Nada. En Días de Pesca no pasa nada fuera de lo ordinario. Debe ser que esto de las "historias mínimas de Sorín" que tanto alaba la crítica entendida, consiste en filmar la vida tal cual, como es para la mayoría, es decir, un pasar insustancial y sin emoción en el que no sucede nada excitante o inusual. Vaya como su vida, la mía o, mismamente, la del vecino del sexto, un comercial que vende bisutería fina, anda enfadado con su hija pequeña y sueña con matar un día un elefante, como Juan Carlos. Supongo que, en general, la gente lee novelas o ve cine precisamente para salir del tedio de lo vulgar y vivir hazañas, imaginar prodigios, disfrutar con las peripecias de personajes excepcionales, en definitiva, encandilarse con cuentos y grandes historias. En cambio -hay gustos-, en Días de Pesca asistimos como cotillas chismosos a un episodio sin interés alguno de un hombre vulgar en decadencia. Nada más.No pasa nada. Por no pasar, ni siquiera...