El propio cartel es una alegoría de lo que se va a visionar: una deslumbrante y viva Maggie Gyllenhaal que oscurece a todos los demás personajes anclados en un servilismo de apariencia. Y no es porque su papel sea acertado ni su interpretación sublime -el feminismo que representa es tan inorportuno como precipitado, tan poco creíble como exagerado, tanto que anula cualquier oportunidad que hubiera tenido de desenvolverse gratamente en pantalla; su elección como acompañante de un puro y casto Hugh Dancy inapropiada a todas luces (la falta de chispa y tensión entre ellos es descaradamente evidente)-, únicamente es el color de una comedia medio-apagada, con momentos de lucidez, sagacidad y diversión que no resultan suficiente debido al jugoso argumento que se traen entre manos -placer sexual con receta médica para la alta burguesía inglesa atacada del mal de hysteria (vida sexual nunca satisfecha). Siendo correcta en su ambientación, apropiada en su representación, adecuada en su exposición, graciosa por momentos aislados, torpe en muchos otros y con el sentimiento de ser una agradable película deja retazos de ser un trabajo no perfilado ni acabado del todo; culpa y omisión de no aspirar a lo absoluto o, al menos, de intentarlo. Aún con todo, aporta la suficiencia de entretener sin más.