Tenía que ser Balabanov el que ofreciera este retrato alucinante, por la perversidad, de la descomposición de la URSS, pocos años antes de su hundimiento, para luego perpetuarse en otra especie de dictadura, maquillada.
La historia tiene momentos de una maldad gratuita que apenas se soporta. Por un lado la cobardía del profesor de Ateísmo Científico; por otro el atavismo de lo rural, en un mundo degradado. Y en medio de esos dos ámbitos el capitán de la policía, prototipo del sadismo.
No es una película para todos los paladares, pero está tan bien rodada que quedará como una de las mejores del primer decenio de este siglo.
No hay un protagonista principal; en ese sentido la película es coral.
Y que corra siempre el vodka. “¡Qué manera de beber la de estos rusos!