Cada vez que veo una película italiana de estos años me parece ver cómo Rossellini, Fellini, Visconti se agitan en sus tumbas y se preguntan cómo ha bajado el listón del cine patrio.
Este film de Placido adolece de un guión hecho a trozos, de querer retratar a la vez un periodo histórico, la trágica historia de unos delincuentes juveniles y una historia de amor. De vez en cuando las escenas transcurren en lugares turísticos, la Piazza di Spagna, los Foros,… que no vienen muy a cuento.
Conozco Roma por haber vivido en ella casi veinte años y puedo asegurar que la película no la retrata.
Se cuenta o, mejor se anticipa, la debacle de los partidos políticos italianos en los años 90, pero es una visión a posteriori, porque todo eso aún no había sucedido.
Muchos personajes a los que de verdad no conocemos porque no se ahonda en ellos. La única persona que transmite algo de humanidad es la novia de Freddo, Roberta. Por ejemplo, en la escena en la que muestra a Freddo la Madonna dei Peregrini, de Caravaggio, que está en la iglesia de Sant’Agostino.
Es una producción notable, pero le falta lo esencial: arte.