En medio de tanta violencia, materialismo y asesinatos a mujeres nos llega este soplo de aire fresco, una pequeña dosis de dulzura, olor a comidas ricas, paseos en bicicleta y baños en rios. Un hermoso cuento iniciático sobre el descubrimiento del amor en un marco inmejorable, donde el verano es el primer protagonista.

Pero quizás me dejo lo más importante, la lección más rompedora, aquello que por desgracia solo el cine y la literatura puede traernos a este mundo tan enfermo: los consejos que le da el padre casi al final de la película a su preciado hijo Elio. Y no me refiero a la homosexualidad, voy más allá, al amor profundo y sincero. Ojalá todos los padres del mundo quisieran de esta forma a sus hijos, dejándoles libres y respetando aquellos sentimientos que tan puros hemos sentido cuando éramos jóvenes. Priorizando en el valor de sentir la vida, en la capidad de amar (como dice mi Rafael Santandreu), valorando lo que de verdad importa: los sentimientos puros, el amor desnudo, la alegría de haber vivido algo tan extraordinario. Sólo por este momento merece la pena su visionado.

Pero luego termina la película y vuelves a la realidad: al maltrato animal, a la homofobia, al materialismo descontrolado, a los incendios forestales y a las palizas por partidos de fútbol. Elio y Oliver: ¿dónde estáis? que que voy con vosotros!