Alguien, no sé quién ni basándose en qué, decide cada año la que va a ser LA PELÍCULA de la temporada, y los demás le creen, y todos tan contentos. Pero a veces acierta, y a veces no.

Salvo por el vistoso accidente inicial, el arranque es de lo más aburrido y feucho. Mientras lo disfrutaba no dejaba de preguntarme si Raúl Arévalo habría oído hablar del trípode, ese invento, alguna vez. Y esos primeros planos tan incómodos de mirar… ¡cuánto daño ha hecho Lars von Trier y sus secuaces! Y esas escenas de sexo cutre y restregón, ¡puag! Por no mencionar que no se entiende casi ná de lo que hablan y, para colmo, ni siquiera importa. Pero lo peor, teniendo en cuenta quién es Raúl Arévalo (ACTORAZO) es que los actores principales, cuyas capacidades están más que demostradas, parecen de cartón piedra. Si algo se le podía haber exigido a Raúl, pese a ser su ópera prima, es que dirigiese bien a los actores y, teniendo en cuenta que el guión es suyo, diese importancia al perfil de los personajes. Y no.

Si el espectador consigue no quedarse roque en la primera media hora comprobará que, según avanza la cosa, se va volviendo más interesante. Si, señoras y señores, la peli se convierte, tal cual, en una de la Cannon Films… ¿se acuerdan?... esas cuyo guión se hacía con un patrón, siempre el mismo, en las que un tipo, iracundo, por supuesto, ejecutaba una obscura venganza… y cuyo prota era… efectivamente… ¡el mismísimo Chuck Norris!
Puede que el estilismo de Antonio de la Torre se eligiera de manera inconsciente, pero esa barba pelirroja, ese flequillito hacia delante y esa cara de palo que luce toda la peli… parece, efectivamente, ¡el mismísimo Chuck Norris!

Ay Raúl, has querido hacerte una de Alberto Rodríguez, pero te ha salido una de Chuck Norris. Esperemos que la próxima vez haya más suerte.