Minnelli, como amante del musical que era, compone unas excelentes secuencias de estudio, tirando de grúa y abriendo el plano para mostrar los decorados de la película dentro de la película que se rueda dentro de su película. ¿Se entiende…?

Douglas es el bailarín principal de cada uno de los actos, pero Vicente, bien por propia convicción o bien por obligación contractual, ningunea al soberbio malvado en los créditos finales para darle el sumo protagonismo a la Turner, la única sex-symbol del cine que tenía la cara más grande que la cabeza. ¿Se entiende…?

No sé si alguien entenderá lo que trato de decir.

La secuencia en que la Turner sufre el accidente de tráfico lo explica perfectamente. Un horror.

Los tres actos, separados en bloque y a modo de flashback, no le sientan bien a la narración. La obstruyen, la letargan, la convierten en un melodrama sin carisma. Pero la narración es, en sí misma, francamente interesante. De los tres actos, para mí, el mejor es el tercero, que cuenta con una actriz que sí me gusta y que compone un personaje tan adorable como molesto. ¿Quién no ha tenido alguien así en su vida? A la Grahame da gloria verla.

Por si no se ha entendido nada de lo anterior, resumiré diciendo que la peli no es un musical. Es cine dentro del cine. Es la historia de un productor sin escrúpulos y de consumado talento que recuerda sospechosamente a David O. Selznick, interpretado por un excelente Kirk Douglas, que bordaba sus papeles de cabroncete. También sale Lana Turner, haciendo que interpreta y estropeando (para mi gusto, claro) parte de la peli. Y ahora… ¿se entiende?