Con una infinidad de películas, con un éxito asegurado -demostrado por su permanente irradiación en la pantalla chica pese a los decenios transcurridos desde su primera emisión, en 1930- es una de las pocas series clásicas que garantizan su transmisión aún hoy día y, previsiblemente, también a futuro, próximo o no tanto. Las razones, un humor fresco, liviano, grotesco a veces ingenioso aunque con el uso sistemático de recursos algo más ramplones pero que bien conjugados le dan un sello distintivo y apuntalan el éxito -los golpes y accidentes, y los desastres de los protagonistas- más las actuaciones de los memorables Moe, Curly y Larry, a veces sin el segundo -sustituido por Shemp o Joe-. Escenas absurdas hasta el hartazgo, que se cuentan a docenas, como el oso que se va manejando un jeep y de espaldas levanta el brazo saludando, o los bomberos que llegan tarde al foco del incendio cuando reparan que el siniestro se produce en el propio cuartel y deben regresar con el mismo gran despliegue. Como tantos capítulos no siempre mantienen el mismo nivel, la nota es difícil de precisar.