No se podría esperar mucho de algo hecho por Chuck Russell, cuyo único mérito en el cine tal vez sea La Máscara, aquello que lanzó a Jim Carrey a la fama mundial, junto con Ace Ventura. Mucho ruido y pocas nueces, la ensalada habitual de tiros y explosiones, combinada con varias de las escenas más absurdas e inverosímiles dentro del género de acción, como todo lo que sucede en el zoo o cuando don Arnold parece convertirse en un James Bond de mercadillo al tirarse del avión. Por otra parte, las habituales monerías del musculitos ex-austriaco, ya casi cincuentón y tal vez cansado de pegar tiros y dar brincos, además de soltar frases lapidarias cuya gracia no pasa de ser presunta.
Al menos la película tiene un ritmo consistente y no decae ni pretende ser más de lo que puede, aunque hay cosas francamente malas, como el papel que hace Vanessa Williams, quien no hace más que estorbar y se queda en tierra de nadie en un rol que oscila entre la chica guerrera y la mujer florero. Eso sí, lo mejor de la peli, aunque sólo sea por su nombre, es el presencia de tres grandes señores llamados James, y apellidados Caan, Coburn y Cromwell.