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Estados Unidos Estados Unidos · New York
Voto de Lucien:
9
Drama Es la época de la unificación de Italia en torno al Piamonte, cuyo artífice fue Cavour. La acción se desarrolla en Palermo y los protagonistas son Don Fabrizio, Príncipe de Salina (Burt Lancaster), y su familia, cuya vida se ve alterada tras la invasión de Sicilia por las tropas de Garibaldi (1860). Para alejarse de los disturbios, la familia se refugia en la casa de campo que posee en Donnafugata en compañía del joven Tancredi (Alain ... [+]
30 de marzo de 2009
48 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lamento decir que disiento en gran modo en lo que muchos señalan. Es evidente que el espectador puede plantarse en la dimensión estética, puede plantarse en la historia amorosa o en la contextualización sociohistórica de la Sicilia de finales del XIX. Y cada una de esas lecturas daría con solo una lectura del film. Porque el mensaje final supera cada una de esas lecturas puntuales; eso si en lugar de un visionado se opera con mente analítica y se ve el film varias veces (lo que no es sencillo dada la duración).
A diferencia de "La terra trema" (donde se es testigo del fracaso de la juventud si no se trasciende lo individual a lo colectivo), aquí se nos muestra el naufragio de la vejez, de los viejos valores. La novela de Lampedusa es el puente, al excusa para mostrarnos esto: la nostalgia por una generación que se asentaba sobre una forma muy definida de vivir. No se trata de una nostalgia inocente y el director no nos esconde ni los deslices nocturnos del príncipe, ni la estupidez de clase (vista por Lancaster al final del film y evidente en las actitudes de la esposa del protagonista).
Sin embargo, como nos transmite la escena de la cacería, como confiesa la propia Angelica durante el waltz, hay en el príncipe algo hermoso y perdido, algo que obliga a la lealtad, al respeto. En el personaje de Burt Lancaster oímos la elegía de un mundo que ambicionaba la belleza, la aspiración a un mundo selecto, la firmeza de espíritu. Es la aristocracia, claro, pero también Visconti nos habla del siglo XIX y nos habla de un mundo premoderno, antes del advenimiento de una clase arribista, la burguesía: esa que erigió el mundo de la televisión, que convirtió el cine en un espectáculo palomitero. Un poco al modo de Darío, Visconti se rebela a la banalización contemporánea, en ese mundo de producción en serie de los años 60.
No es que el director quiera un cine artesanal porque sí. Hay muchas maneras de rebelarse ante la sociedad y una de ellas es a través de la defensa de la estética.
Al ver al Principe de Salina marcharse por una callejuela anónima uno invierte irónicamente la expulsión del Cid. ¿Que mundo es mejor: el mundo estático de una aristocracia con unos valores inmanentes o el dinamismo social que la clase media viene a imponer, tal vez con torpeza, pero con decidida voluntad de cambio?
Visconti da la respuesta en ese baile de 45 minutos: la cruel maquinaria de la primavera desecha para poder sembrar. A veces en el camino, se pierde la poesía. Pero se gana la juventud y la belleza.
No querría acabar sin alabar la música como siempre maravillosa de Nino Rota. Memorable.
Lucien
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