Decía Gabriel García Márquez que el vicio más abrasivo que un ser humano puede padecer es el vicio de escribir, el de contar historias. Y es contando historias, o escribiendo, que el ser humano alcanza, continuaba Gabo, el estado más parecido a la levitación. Tim Burton, que es uno de los directores de Cine más personalísimos, si no el más personal, participa de esa condición.
BIG FISH, la película, basada en una novela de Daniel Wallace, es la hermosa forma en que un director personalísimo, alguien con el abrasivo vicio de contar historias, un levitador, le sugiere al mundo, le explica al mundo, que hay otra forma de mirarlo todo. De este modo, echando mano de unos intérpretes extraordinariamente comprometidos con el mensaje, y con los lastres de Jessica Lange y Marion Cotillard, que son lo peor en esta trama de brujas y espectros, gigantes y narcisos, un pueblo asombrado vino a participar de una verdad inmutable e imperecedera. Una inmutable e imperecedera verdad que es también el centro, apuntado sea de paso, en esa otra película de Ang Lee: la vida es lo que tú quieres que sea.
Un aplauso, desde aquí, a Tim Burton, que nos ha contado tanto y con tanta magia como para haberse convertido, al final, en una de esas historias que siguen viviendo cuando uno ya no está. Un aplauso, desde aquí, a Tim Burton, que se ha hecho ya inmortal.