Es tan inevitable encontrar tantas similitudes entre la TORMENTA BLANCA de Ridley Scott y El Club de los Poetas Muertos de Peter Weir como, para algunos, recordar el destino de los amores contrariados con el olor de las almendras amargas. Y, a lo peor, el saberse Jeff Bridges un remedo en ésta del inefable Robin Williams en la otra, puede que supusiese un lastre para el siempre brillante actor de Los Ángeles, Su Notarino, compañero del de Chicago en El Rey Pescador: todo por las aguas.
Naufraga, un tanto, esta TORMENTA BLANCA, con otra raíz en El Señor de las Moscas, de Golding, a la hora de fundamentar la profundidad de las relaciones entre los personajes. Y, de otro lado, cuesta mucho encajar a John Savage en alta mar tras verlo en una jaula de Vietnam. O a Caroline Goodall, médica en el Albatross, toda vez abandonada aquella fábrica de recauchutados en la República Checa.
Regular esta TORMENTA BLANCA, pues. Acaso una flor que un día se admiró y mañana estará muerta.