Hubo quien vio cosas extrañas, gente extraña. Hubo quien rebuscó en los archivos, un presidente muerto y un hombrecillo acusado de magnicidio. Jim Garrison escribió el libro y Oliver Stone hizo la película. Y a un mundo asombrado que no buscaba cagarrutas de mosca en un plato de pimienta le estalló entre las manos un caso que, en opinión de muchos, no debería haberse cerrado.
No sólo los niños que quieren ser cineastas deben tomar apuntes viendo JFK. Porque nunca una cinta con tanto fondo documental interesó tanto, y porque pocas veces, por no decir otra vez nunca, se reunió a tantos primeros espadas en torno a un guión tan redondo.
Algo olía a podrido en todo aquello. Y no se podía uno callar sin convertirse de alguna manera en cómplice.