Una secuela con una críticas tan malas que me daba miedo ver. La primera me gustó mucho, así que me animé y no me defraudó tanto. Ok, no es tan graciosa ni emotiva, pero se deja ver y conserva bastante bien el espíritu de comedia romántica y sátira política.
Los personajes que repiten están igual de espléndidos y es la magia que generan la que mantiene la historia a flote. Son cuatro actores que bien podrían hacer una miniserie juntos porque son auténticos, divertidos y la cámara les adora.
El resto de actores no está a la altura, especialmente Berto, cuyo personaje no tiene ni pizca de gracia. Es un Frankestein hecho de mil pedazos (hipster, mojigato, ingenuo, narcicísta...) que no funciona por mucho empeño que le pone. Por desgracia, su personaje es tan inverosímil que resta puntos a la película cada vez que aparece.
En cuanto a la sátira, Ocho apellidos catalanes es un sano ejercicio de hacer reir con la diferencias culturales entre españoles. Todo lo contrario que los políticos en general, que sólo nos hacen llorar.
¿Para cuándo Ocho apellidos gallegos?