Pelicula llena de intensidad que se hace más grande a medida que avanza (al igual que sus personajes). La historia comienza de lleno sumergida en un mundo aparentemente apacible pero que esconde la rabia interna de sus personajes. Articulada por un extraodinario Edoardo Pesce como antagonista principal, que desencadena el infierno dentro de la comunidad y que de apoco utiliza a el protagonista (otro actorazo) como su peón, que lo provee, como si de un perro se tratase, de la droga que lo mantiene vivo.

Pero como una hoya a presión las cosas se dan vuelta de manera muy creativa, y también algo inverosímil, pero con suficientemente maestría visual como para que pase desapercibida y mantenga una tensión in crescendo. El guión da paso a mostrarnos todas sus facetas instintivas y animales, y la relación entre protagonista y antagonista se transforma en una obsesión morbosa para el público. No sabemos exactamente que es lo que mueve al personaje de Fonte a tomar tales decisiones, lo que si sabemos es que el contexto es tan oprimente que en su desesperación, la locura va tomando protagonismo y que la fotografía, las locaciones, el vestuarios y sobretodo, la bella metáfora de los Perros con los que trabaja, nos muestran de una manera casi onírica hasta donde es capaz de llegar la rabia reprimida.

Hago hincapié en la gran fotografía de la película que va totalmente de la mano con la trama en la que se mueve. Matteo Garrone logra crear un mundo que parece sacado de un pasado olvidado (gran homenaje al Neorrealismo Italiano) y que funciona para adentrarnos en la siquis atemporal, sin sentido de su protagonista. Atrapado entre las ruinas de un mundo que en algún lugar del tiempo lograba respirar.