Haz click aquí para copiar la URL
Voto de El Extranjero :
8
Drama Texas, principios del siglo XX. Una historia sobre la familia, la avaricia y la religión. Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) se traslada a una miserable ciudad con el propósito de hacer fortuna, pero, a medida que se va enriqueciendo, sus principios y valores desaparecen y acaba dominado por la ambición. Tras encontrar un rico yacimiento de petróleo en 1902, se convierte en un acaudalado magnate. Cuando, años después, intenta ... [+]
19 de marzo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Daniel Planview es un hombre frustrado, sentimiento del que cree que se puede deshacer al reivindicar cuáles las delimitaciones de su territorio, sobre lo que tiene poder y potestad. Es decir, hacer ver a los demás (y sobre todo a sí mismo) de que he ahí la prueba de que su paso por este mundo tiene sentido y algún valor. En la escena del bar lo hace con orgullo, con sobreactuada arrogancia. Abraza y besa cual Judas al hijo que nunca quiso para que todos piensan lo mucho que le quiere y le importa. Antes, justo después de abandonarle, la mala suerte acompaña a Daniel en forma del hecho que un hombre de negocios le recuerde involuntariamente que tiene un hijo. Lo poco oportuno de este casual castigo a su conciencia hace explotar a Daniel y a revelar que sin su trabajo no tendría nada en lo que emplear su vida. Triste, pero cierto y no tan extraño en nuestros días.

En la película la religión se cruza en la vida de este desapegado empresario. No parece ser algo que odie especialmente este protagonista, salvo porque de una forma u otra siempre termina suponiendo un escollo en sus negocios o el protagonista de un episodio desagradable. Véase, el embaucador predicador, cuya esencia es una mezcolanza entre buen orador, vacuo populista y fanático que se las arregla para conseguir dinero de ese hombre al que no le interesa la religión, -su arte, modo y sentido de vida, -y dueño del suficiente ingenio y mala leche como para hacer sentir incómodo a Daniel en varias ocasiones. Después, el propietario (un viejo religioso, mediocre, perteneciente a la (laxa) cultura del pueblo, lejos de lo que ahora es Planview y que supone todo aquello que quiere dejar olvidado para siempre, él antes era de la misma clase pobre que buscaba desahogo en venerar peroratas) de la tierra que Daniel desea adquirir y que le obliga a confesar su pecado como una de las condiciones para vendérsela, o sea, en este caso la religión le obliga a humillarse. La religión como obligación moral (condena personal, en forma de la obligación de seguir cuidando a un hijo que no quiere si no quiere sufrir el desprecio de la población) también supone un freno a la libertad, esa que Daniel después de tanto tiempo de sufrimiento por fin tiene o debería de tener, -piensa él,- la posibilidad de disfrutar de ella sin ninguna limitación. Pero en este caso ve como su poder económico es rezagado por el poder de la dichosa religión, y que su dinero no sirve para superar ese escollo. Tampoco le agrada la mediocridad colectiva, lo cual para él es una especie de extensión de la religión, la causa y la consecuencia de la inerte población de esas indeseables personas que le rodea.

spoiler

La única persona que parece gozar de su simpatía es alguien que afirmó ser de su entorno, y ser la excusa del origen de su entorno familiar fue suficiente para que Daniel le escogiera para paliar su penetrante soledad. Sentirse superior a su hermano fue la causa definitiva por la que decidió acogerle o mejor acogerse a él. No obstante el desengaño sufrido (el falso hermano era igual que Daniel pero sin dinero, tenía la misma ambición de dinero y de calor humano) supuso demasiada herida para el orgullo del empresario por lo que decidió zanjar el asunto de la única manera definitiva posible. Después hubo momentos de luto, el llanto de Daniel se debía a que de nuevo se quedaba solo y sin ningún amigo, pero la ambición que suscita un nuevo reto monetario hizo olvidarse a Daniel de este tema a la mañana siguiente. De algún modo la religión volvió a tener protagonismo en ese episodio de la vida de Daniel, ya que por lo visto su verdadero hermano fue un devoto creyente más.

Llega un momento en el que Daniel, diecisiete años después encuentra por fin la válvula por la que poder expulsar toda su ira, haciendo lo propio de su vida al hijo sordomudo que nunca quiso. En realidad el que se quiso alejar de su padre era él, pero tal era el orgullo de ese hombre infeliz que prefirió ver el detonante en la separación en su voluntad y no en la del hijo. Así se sintió mejor.

Pero a Daniel se le presentó la oportunidad de saldar la batalla pendiente que durante toda su vida atravesó con la religión. El impasible sacerdote visita a Daniel con tal de proponerle un negocio. Daniel, que sigue odiando lo que este hace y representa se enzarza con él cual crío en un visto desde fuera, penoso (por su pobre naturaleza y la desesperación que reside en Daniel tras que su adversario acceda a arrodillarse de manera simbólica ante él) debate dialéctico que termina en homicidio improvisado pero deseado. Con la muerte de aquel detestable vende enciclopedias es como si por fin Daniel hallara la paz y el bienestar que durante tanto tiempo se le resistió pesé a lograr sus ambiciones consiguiendo perforar toda la tierra que le pusiera de por medio. La ambición existencial también se terminó consiguiendo. Para Daniel Dios ha muerto y la religión también. Para siempre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
El Extranjero
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow