Un hombre (el primer hombre) busca al culpable del atropello de su hijo. No es tanto la justicia lo que mueve su estoico empeño sino que es más bien una sensación de consuelo, de resarcimiento de la frustración y el dolor por la pérdida. Se propuso hacer una última cosa por él y lo logró. El sospechoso (el segundo hombre) es condenado. El ansia de justicia, saciada.

El condenado sale tras cumplir la condena. Vengarse del hombre que le hizo pasar de manera injusta tiempo en la cárcel sería una forma de hacer justicia, la más innata además. Pero el concepto de justicia de ese hombre abatido y cambiado por la prisión es más grande de lo que todos cabríamos de esperar. Trae al verdadero culpable (el tercer hombre) a las puertas de la casa del hombre que lo acusó y se va. El primer hombre queda derrumbado. Su castigo es el remordimiento de haber acusado a una persona inocente; es justo. El tercer hombre siempre tuvo miedo a la justicia y cuando menos se lo esperaba esta le dio caza.

Una prueba más de que la justicia absoluta no existe. Siempre hay alguien que sale perdiendo, lo que marca la diferencia es como se reacciona ante ello.

El ritmo de la película es algo lenta y eso es un defecti pero la caracterización de los personajes es muy creíble, especialmente la de Luppi y la del chico culpable, con pequeños trazos propios que hacen pensar que son vidas de verdad, no personajes.