Por eso, si obviamos las subtramas y lo adaptamos a un registro directo (el que más me gusta practicar) lo que digo en el título es exactamente lo que Sampietro le lleva intentando decir durante toda la película. Pero claro, primero tienen que estar las falsas muestras de cortesía y diálogos intrascendentes, el ser humano es hipócrita y no sabe expresarse con la claridad necesaria.

Da algo de pena porque ves al final al pobre viejo que se pone en plan poético balbuceando algo de unas huellas borradas, no siendo capaz de entender que la mujer de la que un día se enamoró no es la misma y que solo quiere atravesar los años de vida que le queden hasta el inexorable final con el piloto automático, sin incidencias ni sobresaltos.

No obstante el viejo también es listo, ha elegido vivir su vida como quería, y vuelve con la intención de bailar su último vals, dando por sentado que la falta de un proyecto amoroso más ilusionante y el recuerdo pasado pesarán en que Sampietro opte por querer lo mismo que él. Pero él es más soñador, alma vieja y libre, poeta al fin y al cabo, en cierta medida noble e idealista (el gran Luppi siempre representó ese papel con su diáfana y acalorada intensidad, ¡cuánto se te echa de menos en estos tiempos de cobarde hipocresía!), en lo que la gente (sobre todo cuando llega a una edad) se vuelve más pragmática y anestesiada por dentro. Y él no lo entiende o no lo quiere aceptar. Alterio, otro personaje amargamente dulce y nostálgico es homólogo a Luppi. Opta por marcharse de la manera más elegante que se le ha ocurrido, pues no ve sentido permanecer en un mundo del que se siente cada vez más ajeno, siendo además torturado por su propio error que cometió hace mucho.

La película es interesante de seguir porque no te lo da todo mascado, tienes que adivinar algunos detalles soterrados y ese momento exacto en el que te das cuenta de algo, el dicho descubrimiento te emociona.