Mark Walhberg interpreta a un detective privado con un pasado problemático bañado en alcohol y malas decisiones. Comparte dueto (e intensas escenas a las que el espectador se agarra cual mascarilla de oxígeno) con Russell Crowe, el alcalde de la ciudad que representa al político sin escrúpulos.

El nexo de unión entre ambos es la supuesta infidelidad cometida por la mujer de Crowe a la que da vida Catherine Zeta Jones (que prosigue así su periplo por los papeles secundarios comenzado en este decenio).

El director Allen Hugues (El Diario de Eli, 2010) comienza abriendo el debate sobre la legitimidad de la violencia policial pero el argumento no tarda en emigrar hacia una premisa de cine noir con una ejecución desdibujada dónde intenta elaborar una postal sobre la integridad y moralidad de nuestros políticos actuales con brocha gorda.

Su título, evocador, genera altas expectativas condenadas a perecer ahogadas y acogerse al salvavidas del entretenimiento mediocre.

La descripción de la urdimbre por uno de los personajes como “una ópera italiana” se queda en obra de colegio.