Al menos que se busque otra coartada, otra justificación a sus crímenes, pero, por favor, que el señor Verdoux no vomite semejante defensa para sus asesinatos. ¿De verdad engaña a alguien? Parece que sí, pero que no cuente con mi simpatía.

Que un caballero que liquida con premeditación, alevosía y sin rastro de arrepentimiento a quince personas, eche la culpa de su comportamiento tanto a Dios como al Diablo, y se presente encima como víctima de una sociedad que fomenta la violencia porque fabrica armas, es el colmo del cinismo. Pero más preocupante es que muchos espectadores se lo crean y se convenzan de que en el fondo es un buen hombre superado por las circunstancias. Claro, claro, su visión amoral del mundo, donde un asesinato es un «negocio» y donde proclama el relativismo moral como base de la civilización, debe de ser la nobleza personificada. No es la guerra, la existencia de pistolas ni el capitalismo lo que le lleva al asesinato: es su propia concepción de la vida, donde nada es bueno ni malo, lo que le da pie a que cometa toda clase de crímenes que le son completamente indiferentes. Eso es lo importante, señor Verdoux: el sentido de la justicia y la ética de nuestras acciones, no los números.

Sea como sea, «Monsieur Verdoux» no deja de ser una película larga y muy negra, pero sin nada de comedia. Chaplin sin Chaplin no hace gracia, y la intriga apenas existe. Sosa en general y aburrida por momentos. Merecidamente olvidada.