Ahí queda dicho. Y sólo a partir de esta frase en labios de Mesala, entenderemos toda la historia de «Ben-Hur». Te comprendemos, Mesala, te comprendemos.

Cómo no hacerlo, si el objeto de deseo es el monumental Charlton Heston, protagonista absoluto de esta película, inmortalizado (mientras exista el Cine y un ser humano para verlo) en un personaje, Judá Ben-Hur, príncipe desterrado, hermano e hijo dolorido, amigo traicionado y amante fiel. Su atractivo físico y el magnetismo que irradia es una brutalidad. Es enloquecedor. Y para quienes crean que lo masculino es áspero e insensible, que aprendan de Ben-Hur; que aprendan de una vez y para siempre que los hombres sí lloran.

La historia no sólo es buena, sino que está contada con gran intensidad y belleza, repleta además de matices, escenas memorables y diálogos extraordinarios. Soberbio todo el tratamiento religioso, que a mi personalmente me pone la piel de gallina; ese Cristo ensangrentado y ese aire sobrecogedor de los últimos minutos es indescriptible. A destacar también, precisamente por la dificultad que implica, la relación entre Esther y Ben-Hur, demostrando que el amor desgarrador, que la pasión implacable, que la sexualidad entre dos cuerpos, es una mirada, una penetrante mirada, fija en otra. Sublime.

Como puntos débiles, señalaría la excesiva duración, que puede restarle interés, y la poca presencia del Tribuno Mesala, un villano de altura, pero que prácticamente desaparece una vez ejecutada su venganza. Poca cosa, a decir verdad.

En definitiva, una película imprescindible que debería tener más nota globlal. Esto sí es un clásico. Esto sí es buen Cine.