Muy buena la elección de Clive Owen como Rey Arturo. Este actor es uno de esos hombres que aún no sé si es guapo o no, pero lo que sí sé es que tiene una masculinidad difícil de encontrar; una masculinidad ruda, bruta, directa, lo que hace que su presencia siempre sea potentísima. Además, aquí especialmente se le ven unos ojos verdes preciosos.

Y es verdad, como dicen por ahí, que esta es una película de rostros bonitos. Porque también aparece Keira Knightley, posiblemente una de las actrices más bellas de Hollywood, aunque con unos pocos más de kilos ganaría encanto. Su Ginebra es una cosa horrorosa, igual que el resto de caballeros; y digo «caballeros» por llamarlos de alguna forma, porque estos guerreros ni conocen el término «caballero» ni la palabra «honor» que tanto repiten. A ver, honor, ¿de qué? No tienen ni un gesto honorable en toda la trama. Tampoco me olvido de Ioan Gruffudd, el hombre elástico convertido en un nuevo Lancelot.

Lo que también me ha gustado es el giro en la historia del triángulo amoroso entre Arturo, Ginebra y Lancelot. No digo nada porque desvelaría demasiado, pero le agradezco a Fuqua que cumpla por fin con el deseo (estoy segura) de millones de admiradores de la saga artúrica, impotentes antes los cuernos más dolorosos que una servidora recuerda. Algo es algo.

Por lo demás, «El Rey Arturo» es un rollo lento, confuso, sin intriga y sin impacto. El hecho de cargarse la leyenda a favor de los acontecimientos supuestamente históricos, lo considero hasta secundario, ya que, con la misma idea, podría hacerse igualmente una buena película de aventura. No en esta década, pero podría hacerse en un sentido hipotético.

Una peliculilla intrascendente, en definitiva.