Antes, pese a las apariencias, eran tan listos como ahora en eso de lo comercial. No es una casualidad que en 1969 se decidieran por Paul Newman y Robert Redford para que protagonizasen, junto con Katharine Ross, «Dos hombres y un destino». Es como si ahora juntaran a... pues no sé, ¿Chris Hemswoth y Matt Damon? Sí, no es lo mismo, ¿verdad?

En los sesenta lo tenían muy fácil, ya que Redford y Newman son dos verdaderos guapos entre guapos, desde siempre y para siempre, aunque en mi corazón, ya lo he dicho otras veces, Paul Newman es lo más de lo más. Western de George Roy Hill sobre la vida de dos forajidos famosos, temidos y desde luego no tan bellos como los actores. El hecho de que se insista en esa idea vaga de apoyar a los delincuentes como símbolo libertario, aunque para ello la realidad se vaya a tomar viento, es apreciado por los espectadores pero yo procuro andarme con ojo ante ese posicionamiento. En este caso me parece casi ridículo que quieran vendernos la comprensión y la solidaridad hacia un par de hombres de los que, primero, desconocemos su pasado y sus intereses, paso imprescindible para saber el porqué de ese camino delictivo; y, segundo, que no sufren ni un ápice de arrepentimiento o reconversión, cuando además se le presentan varias oportunidades para dedicarse a la buena vida y dejar atrás las armas. Estos no. Ya se pueden estar muriendo, que seguirán pensando en qué banco robar al día siguiente. Mira que son tozudos.

Destellos de humor que agilizan y simpatizan la trama, algunos tiroteos y Newman montando en bicicleta son tres de sus puntos más destacables. Yo me quedo sin conocer a ese excelente grupo de cazarrecompensas que persiguen a los ladrones con eficiencia y categoría, no exenta de sentido heroico, ganándose toda mi admiración.

Portaos bien, muchachos.