Reconozco que siento una tendencia morbosa hacia las películas malas. Es decir: las películas que sé que tienen un género, un estilo, un tufo que me echa para atrás. Normalmente estas películas son de simple entretenimiento, aunque también puede haber alguna pretenciosa que, con todo, no me engañe con sus apariencias. El caso de «Thor» entra en la primera categoría. Recuerdo que cuando vi el trailer en su momento me dije que tenía una pinta de chorrada total y que, por lo tanto, tenía que verla.

Pues la he visto. Y, oye, no es tan, tan deleznable como se las prometía. Me dicen por ahí que el cómic es muy parecido, así que, bueno, no será sólo culpa de Kenneth Branagh (¿qué haces aquí, hombre de Shakespeare?) y de los, ojo al dato, cinco guionistas que han hecho la película. A lo mejor entre tantos, se han liado. El caso es que «Thor» nos remite a la mitología nórdica, si bien nunca nos dejan claro si estos seres de la peli son dioses o extraterrestres. El protagonista es, cómo no, Thor, uno de los hijos de Odín y hermano de Loki, claramente mi favorito aunque cambie de personalidad y opinión según la marcha irrelevante del guión. Chris Hemsworth es el musculoso pero nada atractivo Thor, que sufrirá el castigo del destierro tras desobedecer a su padre. De esta manera llega a la Tierra y pasarán cosas horribles; entendamos «horrible» como sinónimo de estúpidas y sin gracia: un enamoramiento de manual, un humor inexistente a pesar de los esfuerzos, idas y venidas con los pesados de SHIELD, secundarios de los que apenas se saca jugo y muchos minutos en los que uno tiene la sensación de que no está pasando nada.

Todo se resuelve finalmente en los últimos veinte minutos de película, que es lo más interesante de todo, con un sacrificio que siempre queda bonito. Los golpes del martillo me han llamado mucho la atención, eso sí. Por lo demás, malucha, insípida y de fácil consumo. Por cierto, un gustazo ver a Anthony Hopkins. Que lujo.