¿A cuántos nos dan miedo los payasos? Me incluyo entre el grupo, aunque sea medio cierto. Para que un payaso de susto, tiene que tener una expresión maligna, una forma inquietante, algo en su maquillaje inamovible para que uno sienta ese malestar que produce su figura, quizá porque es demasiado humano como para que esté a oscuras en medio de tu habitación.

«Poltergeist» juega con payasos, pero juega también con el profundo desconocimiento que la sociedad tenía (y tiene) de los hechos paranormales. Gran parte de su éxito ha de deberse a eso: a que popularizó la fenomenología paranormal y le dio el susto a medio mundo, que quizá creyó que era posible que tu hija desapareciese en tu propia casa. La verdad es que miedo no da ni chispa, ni siquiera lo de la niebla en la tele y la preciosa niña, Carol, quien enternece sobremanera.

La trama mezcla sucesos de toda clase, y llega a mezclar tanto, que confieso que no tengo ni idea de lo que verdaderamente ocurre en el hogar de los Freeling. ¿Árboles con vida inteligente? Que a mi eso me lo explique alguien porque no hay por dónde cogerlo. Un error de muchas películas de esta temática es creer que todo vale en el saco sin fondo de lo extraordinario, cuando ni mucho menos es así: lo paranormal también tiene una Historia, unas pautas y una lógica que no deberían saltarse tan a la torera. Y si te lo vas a saltar porque tu fantasía da para mucho, mantén al menos una coherencia interna en el relato y no pongas parches y explicaciones varias para, al final, no explicar nada. Por cierto: la vidente se luce, ¿eh? Se luce.

Dicho lo cual, «Poltergeist» entretiene mínimamente, a pesar de ser todo bastante ridículo. La familia Freeling es de lo más simpática, incluido el perro, grandioso perro que parece, a veces, el más listo de todos. Además, uno no sabe muy bien qué va a pasar ni hacia dónde lleva todo, así que la película acaba siendo pasable.