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España España · Málaga
Voto de Kaori:
8
Drama En 1920, Gran Bretaña contaba con dos atletas excepcionales: Harold Abrahams y Eric Lidell. Las razones que los movían a correr era tan diferentes como sus vidas: pertenecían a mundos distintos, cada uno tenía sus propias creencias y su propio concepto del triunfo. (FILMAFFINITY)
9 de febrero de 2014
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine con mayúsculas. Sin más. Pena me entra cuando vuelvo a encontrarme con el enconado y pedante rigor histórico, y además en este caso deportivo, así que da pie a que muchos presuman de lo puestos que están en el tema olímpico; hay quien incluso, muy molesto, interpreta la película en clave romántica, y eso sí que es ya inexplicable. Pena siento cuando leo que hay gente que ha mirado el dedo cuando se le ha señalado la luna.

Ni el director ni los actores principales volvieron a hacer nada de tal calado durante su carrera cinematográfica, pero también es verdad que con «Carros de fuego» alcanzaron la gloria. Hay algo muy pasional en la película, como si un espíritu vivificador y superior alentara las ideas y las imágenes. Esta historia amplía lo que conocemos y exalta el deporte y sus valores con un sentido épico incuestionable y una perspectiva mística que probablemente, tan prosaicos que somos, no veremos nunca más en el Arte. Abrahams y Lidell corren para «demostrar algo al mundo» y a sí mismos, en apariencia impulsados por principios distintos, casi opuestos: uno desde la insatisfacción y el otro desde la fe; pero hay un lazo fortísimo entre ellos, así como entre todos los luchadores leales a su esfuerzo, que es ese «fuego» misterioso, sagrado, celestial del Hombre que le eleva y le sostiene. No tengamos miedo de trascender.

Un Hugh Hudson suave y vigoroso que domina las secuencias (preciosos travellings en los interiores, por ejemplo, del colegio o del barco); gran labor de fotografía, dirección artística sofisticada y exquisita; excepcional Vangelis y una media hora final que, no sólo concentra todas sus virtudes, sino que da respuesta y afianza las reflexiones mostradas hasta entonces. Personalmente he de decir, como apunte sociológico, que las élites han pérdida mucho desde el siglo pasado hasta ahora; que gozada el ambiente de Cambridge, con esos estudiantes de esmoquin y un saber estar impresionante que les hace ser y comportarse como auténticos gentleman, concepto, por otra parte, que a estas alturas de la modernidad se ha perdido.

Obra madura y bella, sentido homenaje al ser humano como criatura excepcional. Mientras ellos corren, la playa parece infinita.
Kaori
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