El cine francés nos ha regalado notables comedias en las dos últimas décadas. Debemos agradecérselo, sin duda, pero quizás haya llegado el momento de que cambien de registro pues empiezan a repetir demasiado las fórmulas triunfantes de antaño. Su comedia costumbrista empieza a cansarnos un poco y, si los giros del idioma empiezan a sernos del todo incomprensibles, el presentarnos un personaje desagradable, violento y racista como Vandervoorde termina ya de lacerar nuestro ánimo.
"Nada que declarar" nos presenta el enfrentamiento entre el 'impresentable' agente de aduanas belga Vandervoorde y su colega francés Ducatel. Su hostilidad se verá puesta a prueba ya que sus respectivos jefes los mandarán a vigilar juntos en una aduana móvil (un destartalado cuatro latas).
Aunque lean un argumento apetecible no se dejen engañar. Es una película pasable, sin más. Algún 'golpecillo' sí... Y lo peor de todo es que el 'Torrente belga' nos encoleriza, más que sacarnos una sonrisa.