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Voto de Ferdydurke:
3
8,2
10.886
Drama
Rosaria y sus cuatro hijos (Simone, Rocco, Ciro y Luca) abandonan su tierra natal, Lucania (la actual Basilicata), para emigrar a Milán en busca de trabajo y oportunidades que les permitan mejorar sus condiciones de vida. Allí encuentran a Vincenzo, el hermano mayor, que trabaja de albañil pero que está relacionado con el mundo del boxeo. (FILMAFFINITY)
8 de mayo de 2020
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Es posible que incurra en spoiler, muy a mi pesar)
Vivimos en el más negro infierno, camino de perdición, rodeados de tinieblas, miasmas y abismos de putrefacción, en el desbarrancadero, inmersos en una pesadilla goyesca, en un horror conradiano y una desgracia kafkiana. En fin, un contradios.
El mal es espantoso, el bien es infinitamente peor. El mal es vil, cobarde, miserable, violento, vago, vicioso, brutal y grotesco. El bien hace mucho más daño, redobla la apuesta, aumenta el dolor, instaura la aberración, destruye la esperanza, pervierte todo lo que toca, aborta toda posibilidad de mejora; es fanático, frío, intransigente, majadero, completamente lerdo, iluminado, pavoroso, abominablemente masoquista, horriblemente aburrido, contradictorio, traicionero, despiadado, plúmbeo, ridículo y agorero.
La única salvación está en la más completa y justa mediocridad. En el hermano más humilde y juicioso. En la Alfa Romeo, ni más ni menos.
Película que en su primera parte deslumbra, asombra su belleza y precisión, su contar pausado y mitológico, su costumbrismo hermoso, sincero, querible, emocionante, y que en la segunda parte horroriza, abomina, repele; melodramón metafísico obsceno, repleto de escenas absurdas, histéricas, completamente subnormales, disparatadas, inverosímiles, groseras, zafias en su encadenamiento brutalmente imposible de causas y consecuencias, reacciones psicológicas increíbles y deleznables, renuncias, sacrificios, desgracias y palizas, todo malo, para ahorcarse sin querer saber nada de este bochornoso, siniestro cuento.
Dostoievski, la Biblia y Mann posiblemente como influencias primeras. Tennessee Williams, el Nicholas Ray de "Rebelde sin causa", esa enfermiza obsesión por lo negro, lo decadente y corrompido, por la locura y el barranco.
Von Trier y Ripstein, por ejemplo (y hasta Tarantino de aquella manera), como influenciados posteriores. "Principio y fin" del mexicano y las películas más rocambolescas, histriónicas y descerebradas del danés, no sé, quizás "Rompiendo las olas" y "Bailar en la oscuridad", esos ejercicios de sadismo cinematográfico en los que el director se relame destruyendo todas las leyes de la verosimilitud, ya sea psicológica, moral o narrativa. Es como si Visconti disfrutara también negando la razón, el sentido, cagándose en todo, en el espectador especialmente, en su buen juicio, salud y capacidad de raciocinio.
Más cosas y temas interesantes:
- Campo y ciudad. Arrancados de sus raíces, de su tierra natal, la ciudad será el cementerio de muchos, incapaces de asimilar semejante cambio. En su tierra eran explotados, pobres muertos de hambre que solo trabajaban, tenían hijos y morían. En la ciudad también son explotados a manos llenas, a mansalva, pero son más libres para no ser nadie, si es eso lo que desean, para perderse en la odiosa felicidad.
- Dios, o no. No se alude casi nunca directamente a Dios, pero el personaje principal, la madre y Ciro en el tercio final si hacen referencia a él más claramente, a que se ponen en sus manos o a que echan de menos su ayuda cuando más se necesita. Creyentes pero no practicantes, tal vez y no todos por igual.
- La película sufre una cesura, fractura o transformación brusca, pasa de un realismo naturalista esencial, hondo, a un drama moral desgarrado, simbólico y desmadrado. El salto es demasiado grande para ser asumible, no es creíble ni está bien explicado, no cabe en esos personajes casi ninguna de las actuaciones que se les atribuyen a partir de un determinado momento.
- La madre sería una mezcla de demonio y ángel. Como una versión depauperada de la gran Anna Magnani siempre doliente. Dominante, posesiva y ciega, ambiciosa y necia, también abnegada, sufrida y a su manera asfixiante generosa.
- El hijo mayor, el que se casa con la maravillosa Cardinale, sería pragmático, amoral, buen chico, cumplidor, funcional, formal. No se puede contar mucho con él, pero siempre ayuda si puede y nunca da problemas ni tiene quejas.
- Simone es el mal. Pasa de lerdo monigote a epítome de todas las miserias del mundo, compendio de todas las debilidades posibles e imaginables. Esa evolución tampoco está bien contada.
- Rocco es el bien. Pasa de alelado buenazo pasmarote de cuerpo entero que no se entera de nada ni sabe por donde le da el aire, a una especie de mezcla de idiota de Dostoievski (o el Aliosha de los hermanos Karamazov) y Jesuscristo superstar, enloquecido y retorcido, como si fuera una parodia hiperbolizada de todos los defectos del cristianismo que el bueno de Nietzsche, durante cientos de páginas, se dedicó a denunciar, esa debilidad farisea y corruptora especialmente. Es un ser atormentado y maniaco, sufriente y perdido. Por hacer el bien, no causará más que atrocidad, desolación y muerte. Es el bien que no se mancha las manos, que se retira y se echa a un lado para que el mal mancille lo más sagrado, es un bien altivo y altanero que no ve a las personas como son, que las desprecia en su carnalidad y solo obedece a categorías prejuiciosas, olímpicas (es mi hermano, hay que salvarlo, es una desconocida, pues de segundo plato, la quiero salvar pero si se entromete Simone, ya no me interesa tanto), rígidas, incapaz de la flexibilidad que exige la vida, amante del hieratismo que da la muerte.
- Ciro es el limbo, la aurea mediocritas, en el centro está la justa medida. El más cabal y capaz. El verdadero y callado ideal. El que mejor asume el cambio y mejor capea el temporal que le viene encima.
- Luca: el puente con el futuro. Anodino. Correa de transmisión. Seguirá seguramente los pasos de Ciro y se acoplará a los nuevos tiempos.
Vivimos en el más negro infierno, camino de perdición, rodeados de tinieblas, miasmas y abismos de putrefacción, en el desbarrancadero, inmersos en una pesadilla goyesca, en un horror conradiano y una desgracia kafkiana. En fin, un contradios.
El mal es espantoso, el bien es infinitamente peor. El mal es vil, cobarde, miserable, violento, vago, vicioso, brutal y grotesco. El bien hace mucho más daño, redobla la apuesta, aumenta el dolor, instaura la aberración, destruye la esperanza, pervierte todo lo que toca, aborta toda posibilidad de mejora; es fanático, frío, intransigente, majadero, completamente lerdo, iluminado, pavoroso, abominablemente masoquista, horriblemente aburrido, contradictorio, traicionero, despiadado, plúmbeo, ridículo y agorero.
La única salvación está en la más completa y justa mediocridad. En el hermano más humilde y juicioso. En la Alfa Romeo, ni más ni menos.
Película que en su primera parte deslumbra, asombra su belleza y precisión, su contar pausado y mitológico, su costumbrismo hermoso, sincero, querible, emocionante, y que en la segunda parte horroriza, abomina, repele; melodramón metafísico obsceno, repleto de escenas absurdas, histéricas, completamente subnormales, disparatadas, inverosímiles, groseras, zafias en su encadenamiento brutalmente imposible de causas y consecuencias, reacciones psicológicas increíbles y deleznables, renuncias, sacrificios, desgracias y palizas, todo malo, para ahorcarse sin querer saber nada de este bochornoso, siniestro cuento.
Dostoievski, la Biblia y Mann posiblemente como influencias primeras. Tennessee Williams, el Nicholas Ray de "Rebelde sin causa", esa enfermiza obsesión por lo negro, lo decadente y corrompido, por la locura y el barranco.
Von Trier y Ripstein, por ejemplo (y hasta Tarantino de aquella manera), como influenciados posteriores. "Principio y fin" del mexicano y las películas más rocambolescas, histriónicas y descerebradas del danés, no sé, quizás "Rompiendo las olas" y "Bailar en la oscuridad", esos ejercicios de sadismo cinematográfico en los que el director se relame destruyendo todas las leyes de la verosimilitud, ya sea psicológica, moral o narrativa. Es como si Visconti disfrutara también negando la razón, el sentido, cagándose en todo, en el espectador especialmente, en su buen juicio, salud y capacidad de raciocinio.
Más cosas y temas interesantes:
- Campo y ciudad. Arrancados de sus raíces, de su tierra natal, la ciudad será el cementerio de muchos, incapaces de asimilar semejante cambio. En su tierra eran explotados, pobres muertos de hambre que solo trabajaban, tenían hijos y morían. En la ciudad también son explotados a manos llenas, a mansalva, pero son más libres para no ser nadie, si es eso lo que desean, para perderse en la odiosa felicidad.
- Dios, o no. No se alude casi nunca directamente a Dios, pero el personaje principal, la madre y Ciro en el tercio final si hacen referencia a él más claramente, a que se ponen en sus manos o a que echan de menos su ayuda cuando más se necesita. Creyentes pero no practicantes, tal vez y no todos por igual.
- La película sufre una cesura, fractura o transformación brusca, pasa de un realismo naturalista esencial, hondo, a un drama moral desgarrado, simbólico y desmadrado. El salto es demasiado grande para ser asumible, no es creíble ni está bien explicado, no cabe en esos personajes casi ninguna de las actuaciones que se les atribuyen a partir de un determinado momento.
- La madre sería una mezcla de demonio y ángel. Como una versión depauperada de la gran Anna Magnani siempre doliente. Dominante, posesiva y ciega, ambiciosa y necia, también abnegada, sufrida y a su manera asfixiante generosa.
- El hijo mayor, el que se casa con la maravillosa Cardinale, sería pragmático, amoral, buen chico, cumplidor, funcional, formal. No se puede contar mucho con él, pero siempre ayuda si puede y nunca da problemas ni tiene quejas.
- Simone es el mal. Pasa de lerdo monigote a epítome de todas las miserias del mundo, compendio de todas las debilidades posibles e imaginables. Esa evolución tampoco está bien contada.
- Rocco es el bien. Pasa de alelado buenazo pasmarote de cuerpo entero que no se entera de nada ni sabe por donde le da el aire, a una especie de mezcla de idiota de Dostoievski (o el Aliosha de los hermanos Karamazov) y Jesuscristo superstar, enloquecido y retorcido, como si fuera una parodia hiperbolizada de todos los defectos del cristianismo que el bueno de Nietzsche, durante cientos de páginas, se dedicó a denunciar, esa debilidad farisea y corruptora especialmente. Es un ser atormentado y maniaco, sufriente y perdido. Por hacer el bien, no causará más que atrocidad, desolación y muerte. Es el bien que no se mancha las manos, que se retira y se echa a un lado para que el mal mancille lo más sagrado, es un bien altivo y altanero que no ve a las personas como son, que las desprecia en su carnalidad y solo obedece a categorías prejuiciosas, olímpicas (es mi hermano, hay que salvarlo, es una desconocida, pues de segundo plato, la quiero salvar pero si se entromete Simone, ya no me interesa tanto), rígidas, incapaz de la flexibilidad que exige la vida, amante del hieratismo que da la muerte.
- Ciro es el limbo, la aurea mediocritas, en el centro está la justa medida. El más cabal y capaz. El verdadero y callado ideal. El que mejor asume el cambio y mejor capea el temporal que le viene encima.
- Luca: el puente con el futuro. Anodino. Correa de transmisión. Seguirá seguramente los pasos de Ciro y se acoplará a los nuevos tiempos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
- Milán como ciudad industrial del norte de Italia que recogía el aluvión de campesinos que regaba las estaciones de tren cada día. Todavía en vías de desarrollo, suburbial, llena de descampados, andurriales, soledades, lupanares y marginación.
- El paisanaje. La gente. Coro repugnante. Esos amigotes. Malos y mezquinos, jalean todos los vicios y aparecen como mensajeros del mal. O vecinos curiosos y ruidosos. "Calle mayor" o "Surcos".
- Los malos augurios. Las llamadas a los timbres que siempre anuncian malas noticias, desgracias y hecatombes.
- El personaje más repulsivo de la historia del cine. Alain Delon (increíblemente bello y apático) ocuparía aquí el puesto primero en el ranking de los más asquerosamente melifluos e insoportables, habría que vomitarlo de nuestra boca pura de sibaritas cinéfilos, de nuestros ojos cegados por el sol cruel de la depravación.
- El mejor momento de la película. Cuando se encuentran Delon y Girardot (maravillosa actriz y mujer que está espectacular, la mejor de todos) tras haber pasado él la mili y ella la cárcel. Esa conversación es alucinante. La sinceridad aplastante de él y la reacción tan tierna, dolida y sensible de ella. Cómo se baja las gafas para mirarle, cómo él le coge la mano. Para comérselos a besos. Ahí tendría que haber acabado esta película y así habría sido una obra maestra.
Ahora es cuando llega el horror, en una de las escenas más horripilantes que haya tenido la desgracia de contemplar, sí, evidentemente la de la violación, no por el hecho en sí, que también, pero bueno, quién sabe, pudiera ser (de hecho, pasan cosas incluso peores cada segundo en todo el mundo), sino por cómo nos la cuentan, por lo mal que está presentado el encadenado de reacciones/escenas, su gradación fulminante, cómo se enciende la mecha sin previo aviso, por todo el maniqueísmo, la simpleza, la manipulación, la falsedad, el retorcimiento y la obscenidad narrativa, sin preparación ni desarrollo mínimamente creíbles, lodazal burdo de morbo histérico y felón, a quintales de sordidez inopinada.
- El mejor personaje es el de ella, puta buena, alegre, justa, fuerte, compleja, tan infantil como desencantada, tan lúcida como en el fondo buena, la que exhibe una mayor fuerza moral. Zarandeada por ese par de miserables idiotas que la quiere dar muerte. Empeñados en destruir todo asomo de belleza.
- Visconti es un director colosal, cómo mueve la cámara y planifica las escenas, cómo coloca los personajes y cómo elige la luz (Giuseppe Rotunno muy bien), qué planos, cuánta belleza, grandeza y sencillez a la vez, qué poderío y enormidad.
En la primera hora amé el cine por encima de todas las cosas, más que nada en este mundo, después lo odié a muerte, con más fuerza si cabe, al universo entero por haber permitido esto, este allanamiento de morada, este ultraje y este estupro, por destruir, arrasar, agredir tan salvajemente una obra que apuntaba tan alto, que era tan hermosa, potente y delicada, tan honda y gozosa.
- El paisanaje. La gente. Coro repugnante. Esos amigotes. Malos y mezquinos, jalean todos los vicios y aparecen como mensajeros del mal. O vecinos curiosos y ruidosos. "Calle mayor" o "Surcos".
- Los malos augurios. Las llamadas a los timbres que siempre anuncian malas noticias, desgracias y hecatombes.
- El personaje más repulsivo de la historia del cine. Alain Delon (increíblemente bello y apático) ocuparía aquí el puesto primero en el ranking de los más asquerosamente melifluos e insoportables, habría que vomitarlo de nuestra boca pura de sibaritas cinéfilos, de nuestros ojos cegados por el sol cruel de la depravación.
- El mejor momento de la película. Cuando se encuentran Delon y Girardot (maravillosa actriz y mujer que está espectacular, la mejor de todos) tras haber pasado él la mili y ella la cárcel. Esa conversación es alucinante. La sinceridad aplastante de él y la reacción tan tierna, dolida y sensible de ella. Cómo se baja las gafas para mirarle, cómo él le coge la mano. Para comérselos a besos. Ahí tendría que haber acabado esta película y así habría sido una obra maestra.
Ahora es cuando llega el horror, en una de las escenas más horripilantes que haya tenido la desgracia de contemplar, sí, evidentemente la de la violación, no por el hecho en sí, que también, pero bueno, quién sabe, pudiera ser (de hecho, pasan cosas incluso peores cada segundo en todo el mundo), sino por cómo nos la cuentan, por lo mal que está presentado el encadenado de reacciones/escenas, su gradación fulminante, cómo se enciende la mecha sin previo aviso, por todo el maniqueísmo, la simpleza, la manipulación, la falsedad, el retorcimiento y la obscenidad narrativa, sin preparación ni desarrollo mínimamente creíbles, lodazal burdo de morbo histérico y felón, a quintales de sordidez inopinada.
- El mejor personaje es el de ella, puta buena, alegre, justa, fuerte, compleja, tan infantil como desencantada, tan lúcida como en el fondo buena, la que exhibe una mayor fuerza moral. Zarandeada por ese par de miserables idiotas que la quiere dar muerte. Empeñados en destruir todo asomo de belleza.
- Visconti es un director colosal, cómo mueve la cámara y planifica las escenas, cómo coloca los personajes y cómo elige la luz (Giuseppe Rotunno muy bien), qué planos, cuánta belleza, grandeza y sencillez a la vez, qué poderío y enormidad.
En la primera hora amé el cine por encima de todas las cosas, más que nada en este mundo, después lo odié a muerte, con más fuerza si cabe, al universo entero por haber permitido esto, este allanamiento de morada, este ultraje y este estupro, por destruir, arrasar, agredir tan salvajemente una obra que apuntaba tan alto, que era tan hermosa, potente y delicada, tan honda y gozosa.