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Voto de Ferdydurke:
1
6,2
2.540
Drama
Ambientada en Virginia, en 1831, treinta años antes del estallido de la Guerra de Secesión y basada en sucesos reales, narra la historia de Nat Turner (Nate Parker), un instruido esclavo y predicador cuyo propietario Samuel Turner (Armie Hammer), que atraviesa por dificultades económicas, acepta una oferta para utilizar a Nat para someter a esclavos rebeldes. A medida que va siendo testigo de innumerables atrocidades -de las que son ... [+]
21 de febrero de 2017
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realmente horrorosa. Cine embrutecedor, bárbaro, troglodita.
Te tratan como si fueras el saco de los golpes y te masacran sin compasión. Te consideran un mastuerzo, un pedazo de carne con ojos incapaz de elaborar medio pensamiento o emitir una opinión, lamentable bulto sospechoso; te zarandean como si tu sensibilidad hace años que hubiera quedado carbonizada en un incendio arrasador. No se preocupan por contar e informar, las dos o tres buenas ideas que hay, me refiero al hecho de que las revoluciones, por pequeñas que sean, las suelen hacer (dirigir o crear más bien) los desclasados, no exactamente los más oprimidos o destruidos, los de en medio, los algo ilustrados, los que conocieron el árbol de la ciencia. Como sucede con Nat Turner. Lo mismo que no se profundiza (más que como recuento de nuevos infiernos) en su oficio temporal como esbirro del poder opresor, en su ambigua labor como torticero predicador, en su utilización de la palabra sagrada como comodín que justifique o aliente casi cualquier cosa, lo uno y su contrario, la humillación y la compasión. Bueno, pues todo esto queda opacado por una concatenación o sucesión imposible de atrocidades monstruosas, abusos abismales, injusticias infinitas, violencia aterradora y explotación sideral. Todo convertido en un espectáculo grueso de vísceras y crueldad; en pornografía tediosa, severa, insoportable; en basura acicalada, con dinero pero sin criterio, o con demasiado criterio, el del exceso sin control, el sensacionalismo más histérico y el morbo más horroroso. Es tan extrema en su maldad, desafuero y burdas intenciones, es tan cochambrosa en su narración grosera, en sus subrayados primarios y tan infantiles, a la vez que ridículamente pretenciosa por momentos, que casi parece abstracta, puro delirio enfermizo, producto enajenado salido de la mente de un megalómano enloquecido, increíblemente pagado de sí mismo y sin escrúpulo ninguno. Y eso, en cierto modo, por ser lo contrario de la tibieza, podría ser una virtud. Si su mirada no fuera tan terriblemente conservadora, maniquea, simplista, consabida y obvia, tan evidente. Se reducen todas las posibilidades dramáticas e intelectuales a un ejercicio de brutal exaltación de las emociones más primitivas y sin civilizar, como si hubiéramos regresado a la oscuridad de la caverna y nos comunicáramos a gritos. En fin, para qué seguir.
Algunas conclusiones:
- Si, tras observar impertérrito o despavorido, ahí lo dejo, el primer atracón de aberración, tú, querido espectador de entre todos, no agarras el mechero más cercano y te quemas a lo bonzo como ofrenda y petición de perdón por todas las horribles fechorías cometidas por los de tu especie, entonces... serás o eres una mala persona, de las muy peores.
- Si, aun así, sigues inmutable y aguantas en pie la segunda ración de espantos, don erre que erre, y no te emasculas o mutilas, con las llaves del coche, tus partes pudendas o cualquier otro trozo de tu flojo cuerpo con ánimo justiciero y revanchista por ser tú también un hombre blanco (las mujeres menos, mucho menos) y por lo tanto responsable subsidiario o subrogado de aquellos hechos sin nombre, entonces... deberías abdicar de tu condición de ser humano y convertirte en planta o piedra, a elegir, a gusto del consumidor, y así seguro que harías menos daño y darías algo de menos grima y vergüenza.
- Si después de todo y una vez acabada la película sano y salvo, sin ninguna magulladura autoinflingida, como debería haber sido, sales tan tranquilo a la calle con el ánimo de tragar el aire circundante sin afán de penitencia y ni siquiera eres capaz de coger el primer vuelo que sale hacia los USA esa misma noche y así recién llegado a tierra santa y todavía sin afeitar ni duchar, con el inevitable jet lag, arramplar un fusil de asalto y montar una revolución con tus hermanos o camaradas negros recién adquiridos, entonces... no mereces vivir, deberías morir, ayer.
- Si no has hecho nada de todo lo anterior y tampoco, qué pena, te vas al África negra pitando ante tanta ignominia y allí ayudas a los amigos oscuros a liberarse del yugo blanco, entonces, y solo entonces, estás ya muerto. Lo sabes. No disimules.
- Pero si por lo que sea, Dios no lo quiera o permita, te ha parecido una película entretenida, así, sin más, o divertida o incluso, vade retro y yo te señalo, necesaria o valiosa sin que ello acarre una acción proporcionada a tal monstruoso respecto, entonces... ni podré rezar por ti y en verdad nunca habrás nacido del vientre de una madre y nadie sabrá de ti jamás y los que, por ejemplo, te trataran de soñar serían también nonatos, inexistentes siempre, para jamás de los jamases.
Advertencia de las autoridades pertinentes.
Lo que viene a continuación puede herir la sensibilidad del espectador (a mí, por ejemplo, me ha ofendido muy gravemente su mal gusto, en todos los sentidos, moral, literario o cristiano, su pobreza "artística", su mucha tontería y desarreglo psíquico). Los menores de dieciocho años deberán ser tutelados, en su posible lectura, y con muchas reservas, por adultos responsables y sanos y ademas, añadimos para que quede bien claro, nosotros no nos hacemos responsables de las opiniones aquí vertidas o vomitadas, ni de las imágenes o letras, solo somos mediadores.
Va...:
Al principio es un cuchillo que alguien olvidó no se sabe muy bien por qué en ese sótano lleno de goteras y ratas. Es un hermoso cuchillo de carnicero, más bien lo era, ahora es ya solo una infecta acumulación de suciedad, óxido, cagadas de gusano, moho y putrefacción metálica.
La cámara recorre ese utensilio o engendro cortante desde atrás hacia delante, desde la empuñadura hasta la punta.
Te tratan como si fueras el saco de los golpes y te masacran sin compasión. Te consideran un mastuerzo, un pedazo de carne con ojos incapaz de elaborar medio pensamiento o emitir una opinión, lamentable bulto sospechoso; te zarandean como si tu sensibilidad hace años que hubiera quedado carbonizada en un incendio arrasador. No se preocupan por contar e informar, las dos o tres buenas ideas que hay, me refiero al hecho de que las revoluciones, por pequeñas que sean, las suelen hacer (dirigir o crear más bien) los desclasados, no exactamente los más oprimidos o destruidos, los de en medio, los algo ilustrados, los que conocieron el árbol de la ciencia. Como sucede con Nat Turner. Lo mismo que no se profundiza (más que como recuento de nuevos infiernos) en su oficio temporal como esbirro del poder opresor, en su ambigua labor como torticero predicador, en su utilización de la palabra sagrada como comodín que justifique o aliente casi cualquier cosa, lo uno y su contrario, la humillación y la compasión. Bueno, pues todo esto queda opacado por una concatenación o sucesión imposible de atrocidades monstruosas, abusos abismales, injusticias infinitas, violencia aterradora y explotación sideral. Todo convertido en un espectáculo grueso de vísceras y crueldad; en pornografía tediosa, severa, insoportable; en basura acicalada, con dinero pero sin criterio, o con demasiado criterio, el del exceso sin control, el sensacionalismo más histérico y el morbo más horroroso. Es tan extrema en su maldad, desafuero y burdas intenciones, es tan cochambrosa en su narración grosera, en sus subrayados primarios y tan infantiles, a la vez que ridículamente pretenciosa por momentos, que casi parece abstracta, puro delirio enfermizo, producto enajenado salido de la mente de un megalómano enloquecido, increíblemente pagado de sí mismo y sin escrúpulo ninguno. Y eso, en cierto modo, por ser lo contrario de la tibieza, podría ser una virtud. Si su mirada no fuera tan terriblemente conservadora, maniquea, simplista, consabida y obvia, tan evidente. Se reducen todas las posibilidades dramáticas e intelectuales a un ejercicio de brutal exaltación de las emociones más primitivas y sin civilizar, como si hubiéramos regresado a la oscuridad de la caverna y nos comunicáramos a gritos. En fin, para qué seguir.
Algunas conclusiones:
- Si, tras observar impertérrito o despavorido, ahí lo dejo, el primer atracón de aberración, tú, querido espectador de entre todos, no agarras el mechero más cercano y te quemas a lo bonzo como ofrenda y petición de perdón por todas las horribles fechorías cometidas por los de tu especie, entonces... serás o eres una mala persona, de las muy peores.
- Si, aun así, sigues inmutable y aguantas en pie la segunda ración de espantos, don erre que erre, y no te emasculas o mutilas, con las llaves del coche, tus partes pudendas o cualquier otro trozo de tu flojo cuerpo con ánimo justiciero y revanchista por ser tú también un hombre blanco (las mujeres menos, mucho menos) y por lo tanto responsable subsidiario o subrogado de aquellos hechos sin nombre, entonces... deberías abdicar de tu condición de ser humano y convertirte en planta o piedra, a elegir, a gusto del consumidor, y así seguro que harías menos daño y darías algo de menos grima y vergüenza.
- Si después de todo y una vez acabada la película sano y salvo, sin ninguna magulladura autoinflingida, como debería haber sido, sales tan tranquilo a la calle con el ánimo de tragar el aire circundante sin afán de penitencia y ni siquiera eres capaz de coger el primer vuelo que sale hacia los USA esa misma noche y así recién llegado a tierra santa y todavía sin afeitar ni duchar, con el inevitable jet lag, arramplar un fusil de asalto y montar una revolución con tus hermanos o camaradas negros recién adquiridos, entonces... no mereces vivir, deberías morir, ayer.
- Si no has hecho nada de todo lo anterior y tampoco, qué pena, te vas al África negra pitando ante tanta ignominia y allí ayudas a los amigos oscuros a liberarse del yugo blanco, entonces, y solo entonces, estás ya muerto. Lo sabes. No disimules.
- Pero si por lo que sea, Dios no lo quiera o permita, te ha parecido una película entretenida, así, sin más, o divertida o incluso, vade retro y yo te señalo, necesaria o valiosa sin que ello acarre una acción proporcionada a tal monstruoso respecto, entonces... ni podré rezar por ti y en verdad nunca habrás nacido del vientre de una madre y nadie sabrá de ti jamás y los que, por ejemplo, te trataran de soñar serían también nonatos, inexistentes siempre, para jamás de los jamases.
Advertencia de las autoridades pertinentes.
Lo que viene a continuación puede herir la sensibilidad del espectador (a mí, por ejemplo, me ha ofendido muy gravemente su mal gusto, en todos los sentidos, moral, literario o cristiano, su pobreza "artística", su mucha tontería y desarreglo psíquico). Los menores de dieciocho años deberán ser tutelados, en su posible lectura, y con muchas reservas, por adultos responsables y sanos y ademas, añadimos para que quede bien claro, nosotros no nos hacemos responsables de las opiniones aquí vertidas o vomitadas, ni de las imágenes o letras, solo somos mediadores.
Va...:
Al principio es un cuchillo que alguien olvidó no se sabe muy bien por qué en ese sótano lleno de goteras y ratas. Es un hermoso cuchillo de carnicero, más bien lo era, ahora es ya solo una infecta acumulación de suciedad, óxido, cagadas de gusano, moho y putrefacción metálica.
La cámara recorre ese utensilio o engendro cortante desde atrás hacia delante, desde la empuñadura hasta la punta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Entra suavemente en el ojo cerrado del negro atado. Atraviesa lentamente, la cámara ralentiza el tiempo con mucho tiento, con música espiritual de fondo y cierta cálida brisa que viene del río a esta hora de la tarde en la que los hombres se suelen recoger, ese ojo ya herido, primero las pestañas, luego la carne que recubre la parte posterior, después la pupila, el iris, la retina, el cristalino, la córnea, todos esos delicados milagros destrozados en alboroto desordenado y sanguinolento, el globo ocular entero que implosiona y se desparrama ya en primer plano...., pero el cuchillo no cede ni teme, es más, incide obsesivamente, como si se hubiera revestido de una psicosis ligeramente reprimida durante sus largos años de cautiverio sin sentido, tanto cruel olvido y anónima futilidad, en el cráneo de ese ser humano desvalido y de color oscuro, penetra hacia el interior, ávidamente, recreándose en la suerte, destrozando a su paso carnicero, tan feroz, todo lo que encuentra en su recorrido homicida sin entrar en distingos, lo mismo da si cerebro, cerebelo o bulbo raquídeo; una sinfonía sorda de sesos sanguinolentos, pequeños estallidos y huesos removidos, haciendo todo el daño que puede, fiesta macabra e inopinada, de eso al fin y al cabo se trata.
La cámara se ha alejado por un momento pero eso es lo que ha pasado. Seguro.
Ahora se abre y observamos como varios hombres blancos jalean al del escalpelo. Están medio desnudos, borrachos como cubas, fumando puros cubanos. Ríen con risa lasciva y hedionda, con ansia caníbal.
Una vez que se aparta el primero de ellos, el del cuchillo, otro más grande y más lerdo todavía coge la cuchara del plato de las lentejas que se estaban pudriendo al sol hace tantos días y, justo con ella, rebana todo lo que ha quedado en ese lugar ignominioso donde antes estaba el ojo del negro. Escarba y repasa. Apaña. Con denuedo, como si la vida le fuera en ello, chupa. Después come lo que sobra. No deja nada.
A continuación, esto es lo peor probablemente, esos mismos hombres, conciliábulo diabólico, deciden algo turbio, a esta hora ya se sabe, blandir sus vergas pálidas, ridículas y tan diminutas, al viento con las cuales se turnan para violar esa concavidad purulenta recién estrenada como si horadaran una gusanera con el inútil afán de sentir algo que ya no podrá ser esta vez, nunca.
La cámara no lo muestra, es pudorosa, está pendiente de otra cosa, de esa gente, masa gigantesca que aplaude y grita, que pide más, (el mundo) nunca es suficiente. Están en lo que parece ser un foro romano. No. En un estadio de fútbol americano. Miles de hombres, alguna mujer, pocas les acompañan en ese salvaje aquelarre, muy gordos y sedientos de muerte y miseria moral, que derraman sus cervezas mientras se excitan con el espectáculo. Están sentados. Pero no hay sillas. Son hombres negros los que hacen de soporte, los que ponen las espaldas, las nucas y todos sus huesos con el fin de que ellos, los blancos, no gasten fuerzas tontas. El peso exagerado de los hombres sentados destroza las columnas vertebrales de los negros. Pero ellos aguantan mientras suena el himno americano y pasa el nutrido grupo de animadoras con sus pompones y sus canciones y bailes. Las gradas se llenan de confetis, palomitas y perritos calientes. Hay fuegos artificiales. Es el cuatro de Julio.
Muy al fondo, casi imperceptiblemente, vemos un circo, quizás espectáculo de variedades, con mujeres barbudas, hombres bala y enanos.
Más cerca, una gota de sangre cae sobre una biblia abierta. Señala el Salmo 23, o el 32 tal vez, no se ve bien ("Aunque pase por el valle de la sombra y la muerte, no temeré mal alguno porque tú estás conmigo y... mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad... ).
Al día siguiente, ese hombre negro, tuerto pero vivo, será alzado del suelo y se vengará para siempre.
El cielo se cubre de oprobio y esperanza y la tierra es ya solo un pedazo de materia agonizante.
Se cierra el telón.
La cámara se ha alejado por un momento pero eso es lo que ha pasado. Seguro.
Ahora se abre y observamos como varios hombres blancos jalean al del escalpelo. Están medio desnudos, borrachos como cubas, fumando puros cubanos. Ríen con risa lasciva y hedionda, con ansia caníbal.
Una vez que se aparta el primero de ellos, el del cuchillo, otro más grande y más lerdo todavía coge la cuchara del plato de las lentejas que se estaban pudriendo al sol hace tantos días y, justo con ella, rebana todo lo que ha quedado en ese lugar ignominioso donde antes estaba el ojo del negro. Escarba y repasa. Apaña. Con denuedo, como si la vida le fuera en ello, chupa. Después come lo que sobra. No deja nada.
A continuación, esto es lo peor probablemente, esos mismos hombres, conciliábulo diabólico, deciden algo turbio, a esta hora ya se sabe, blandir sus vergas pálidas, ridículas y tan diminutas, al viento con las cuales se turnan para violar esa concavidad purulenta recién estrenada como si horadaran una gusanera con el inútil afán de sentir algo que ya no podrá ser esta vez, nunca.
La cámara no lo muestra, es pudorosa, está pendiente de otra cosa, de esa gente, masa gigantesca que aplaude y grita, que pide más, (el mundo) nunca es suficiente. Están en lo que parece ser un foro romano. No. En un estadio de fútbol americano. Miles de hombres, alguna mujer, pocas les acompañan en ese salvaje aquelarre, muy gordos y sedientos de muerte y miseria moral, que derraman sus cervezas mientras se excitan con el espectáculo. Están sentados. Pero no hay sillas. Son hombres negros los que hacen de soporte, los que ponen las espaldas, las nucas y todos sus huesos con el fin de que ellos, los blancos, no gasten fuerzas tontas. El peso exagerado de los hombres sentados destroza las columnas vertebrales de los negros. Pero ellos aguantan mientras suena el himno americano y pasa el nutrido grupo de animadoras con sus pompones y sus canciones y bailes. Las gradas se llenan de confetis, palomitas y perritos calientes. Hay fuegos artificiales. Es el cuatro de Julio.
Muy al fondo, casi imperceptiblemente, vemos un circo, quizás espectáculo de variedades, con mujeres barbudas, hombres bala y enanos.
Más cerca, una gota de sangre cae sobre una biblia abierta. Señala el Salmo 23, o el 32 tal vez, no se ve bien ("Aunque pase por el valle de la sombra y la muerte, no temeré mal alguno porque tú estás conmigo y... mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad... ).
Al día siguiente, ese hombre negro, tuerto pero vivo, será alzado del suelo y se vengará para siempre.
El cielo se cubre de oprobio y esperanza y la tierra es ya solo un pedazo de materia agonizante.
Se cierra el telón.