Debió haber acabado la primera vez. Tenían que haber cogido la pasta y haberse largado a un paraíso playero (es la única y obsesiva forma en la que el cine americano concibe el cielo). Las dos malvadas jovenzuelas y el pánfilo (cara de saco de harina). Montar una orgía sin fin. Eso al principio, luego, cuando se hubieran cansado, las chicas tenían que haber abandonado al Dillon y haber llamado a la policía negra. La cosa está clara: las mujeres sí, los hombres no; de ninguna manera, son lastre, dos bobos insufribles y aburridos. Y al final haber llamado al mejor, Murray, como jefe del cotarro. Así sí hubiera estado bien. Me los quiero imaginar a los cuatro en Cancún (sin duda) viviendo felices, con millones de hijos, como una gran familia, ricos, sin preocupaciones.
O no, más bien no. Yo creo que en verdad las chicas murieron practicando submarinismo y Murray se suicidó después, triste y abatido. Más tarde Dillon y Bacon resucitaron y se casaron, adoptaron hijos y se fueron a Marbella; allí crearon un imperio en la sombra.
Sí, sí, fue cuando el cocodrilo salió del pantano, se comió al abogado y fornicó con la madre; los hombres lagarto invadieron el mundo, se recuperó la Democracia de Pericles, se descubrió, por fin, que Elvis Presley en realidad era Marilyn Monroe y...