Paterson es la tercera ciudad más poblada de Nueva Jersey, USA, cuna entre otros de Lou Costello , el poeta Beat Allen Gingsberg o el malogrado boxeador “Huracan” Carter. También es el nombre de un joven conductor de autobús urbano que practica cada día con sus versos la máxima de su admirado poeta, que vivió también en Paterson, William Carlos William: la imaginación se nutre de la realidad objetiva de quien la percibe.

Jin Jarmusch sigue en plena forma y nos ofrece dentro de su independencia cinematográfica un gran trabajo, sino el mejor de su carrera a la que aún le queda mucha cuerda. Esta fábula, este cuento de hadas sobre la magia de lo cotidiano impregnado de filosofía Zen, oculta sin embargo que la vida cada mañana no te ofrece una bella y comprensiva pareja o un trabajo digno que te permita tener un todoterreno en el garaje o comprarte una guitarra arlequinada de cientos de dolares (con curso incluido eso sí). Con todo y con ello si que refleja en esos maravillosos secundarios ese “lado oscuro” que hay que dejar fluir y agarrarse al presente, a la pequeñas cosas de cada día que solo valoramos cuando las perdemos.

Paterson parece vivir como Bill Murray “atrapado en el tiempo” pero en realidad lo que hace es vivirlo, dejarse llevar por la corriente de la vida y en la medida de sus posibilidades disfrutarlo. De lo cotidiano de su experiencia diaria nace su poesía de verso libre donde puede expresar lo que siente sin que como el mismo dice, en definitiva no sean más que palabras. Lo importante está en su interior.

Jarmusch construye un micro universo con sus propias leyes gravitacionales, imprime un ritmo y una planificación perfectos y consigue maravillarnos una y otra vez con las imágenes repetidas en movimiento, dejando poso como un sencillo poema. Emociona y divierte, por si fuera poco.

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