Esta "Milonga sentimental" ciudadana (Buenos Aires está siempre presente) variante del Tango tiene como protagonistas a Maria Nieves  y Juan Carlos Copes pareja de bailarines, coreógrafo él, emblemática donde las haya que pasearon su arte tanguista durante cuatro décadas por todo el mundo. Él quiso poner al Tango en el lugar que merecía en el mundo y ella, dotada como excepcional bailarina, solo quería ser amada y formar una familia. Dos piezas de un puzzle artístico y vital diferentes que tuvieron su encaje en el arte pero nunca en el corazón.
Maria Nieves, hermosa, carismática, lúcida, a sus 81 años que parecen no ser nada como aquellos otros 20 del tango de Gardel nos lleva  con su verbo dulce de la mano en el recuerdo de su carrera y de su frustración vital, que perdona pero no olvida y cuyos entresijos se guarda  celosa como una reliquia dolorosa de lo que pudo ser y no fue.

Adusto, serio, hermético Copes apenas deja entrever que su pasión solo fue el Tango y que lo sigue siendo. El sí fundó una familia que hace veinte años le obligó a separarse de su eterna pareja de baile, de la mitad de una maquinaria perfecta en bien de una estabilidad emocional que le permitiera seguir con su auténtica pasión en "solitario".
Una milonga de amores y odios como las mejores letras del género en las que el paso del tiempo, siempre fugaz, siempre insuficiente deja su impronta y de un género, El Tango, que ha sabido sobrevivir como seña de identidad de un pueblo. Nuevas generaciones encarnan y continúan por la vida de Nieves y Copes en unos interludios coreográficos que ilustran con mayor o menor acierto momentos y sensaciones de la pareja protagonista. 

A los aficionados puristas del Tango y puede que también a los profanos la cosa les sepa a poco. Creo que Germán Kral va más allá y pone el dedo en la llaga en el sacrificio personal que el artista comprometido con su arte debe asumir sabiendo que el tiempo es corto y no hay vuelta atrás.

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