El problema, en mi caso, es que ninguno de los personajes que acuden a esta "última cena", a excepción quizás del niño díscolo que interpreta el hijo de la directora, me importan lo más mínimo y por ende lo que les ocurra.

Ni siquiera los considero como una cata válida de la sociedad que se comporta como rebaño antes sus pastores gubernamentales. Así es que pasan los minutos en los que el tono va extrapolándose sin sentido entre escenas de humor negro y de emotividad dramática. Y aunque reconozco que un par de ellas están logradas no es suficiente como para que la cosa me compense.

Concebida antes del COVID, después de este la moraleja final se tiñe para algunos con tintes negacionistas. Ni aun así.

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