Es innegable el valor social que aporta esta película en pro de la libertad no ya solo de elegir la opción sexual que cada cual desee sino la propia libertad de la mujer en comunidades tan cerradas y cercadas por las mal justificadas tradiciones que como siempre no esconden otra cosa que el uso y abuso de un género, el masculino, en detrimento del femenino. Echevarría la directora ha tenido que currárselo previamente con el colectivo gitano y se nota que camina con pies de plomo sobre el tema en un delicado equilibrio que procura no hacer demasiada sangre ni juzgar a nadie en la medida de lo posible. El hecho de que las dos espléndidas protagonistas nóveles sean de raza gitana, una de ellas casada, dice mucho en favor de un futuro más tolerante en dichas comunidades al que, me temo, como en la sociedad en general, aún le quedan muchas batallas por pelear.

Echevarría no reniega de su experiencia como documentalista y la aplica en buena parte del metraje para asomarse a los usos y costumbres del colectivo gitano, dejando que lo que no se cuenta pero se intuye impregne la atmósfera asfixiante de las jóvenes gitanas cuyo futuro parece abocado a un sota, caballo y rey donde su principal función es ser servidoras de su maridos y sus futuros hijos, sobre todo los varones. Carmen y Lola se quieren y la magia de la mentira del cine y sobre todo de la mirada de Zaira Morales hace que me lo crea, que me parezca hermoso y que permanezca tenso en la butaca ante la fragilidad de sus encuentros a escondidas, ante el drama previsible que se avecina. El guión de la propia Echevarría sabe dosificar ese drama, sabe mostrar el fondo de la cuestión mas allá de los gritos y aspavientos. La escena que protagoniza la madre de Zaira, interpretada por Rafaela León hubiera sido suficiente para darle el Goya que acabó llevándose, incomprensiblemente a mi juicio, Carolina Yuste, sin por supuesto demérito de su buen hacer como actriz. Pero León condensa en escasos minutos todo el miedo, el dolor, el amor por su hija y la desorientación ante unos hechos que se saltan el guión de su raza, de su vida.

La elección de las metáforas reiteradas y el desarrollo de las escenas en que Carmen y Lola se aman pueden ser discutibles a gusto del consumidor. Así como la escena final, un regalo merecido para sus personajes a los que la directora a mimado durante todo el metraje y donde el gusto de los que observamos al otro lado de la pantalla debe quedar al margen. 

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