Siempre desconcertante en su filmografía Brizé se lanza a un ejercicio de estilo casi experimental componiendo un "álbum" de imágenes que conforman una vida (espantoso el título que le han dado). Rodada en cuatro tercios y con una sobreabundancia de planos cortos y cerrados sobre la omnipresente protagonista Judith Chemla, intenta atrapar esos momentos que podrían ser los hitos o las boyas de una existencia ya sean gozosos o dolorosos confirmando que cualquier vida se compone de ambos. Dibuja así un perfil de una mujer de principios del XIX sometida a las convenciones de su época y los vaivenes de una vida siempre supeditada a los demás, unos padres, un marido, unas amigas, un hijo... y cuyo devenir azaroso con breves interludios de soledad acompañada por la naturaleza transcurre ante nuestros ojos con la fugacidad de la propia existencia  llena de elipses mentales y narrativas con las que Brizé juega dejando que sea el espectador quien rellene los "huecos" e interiorice los sentimientos.
En planos tan cortos destaca la labor notable de vestuario y las miradas evocadoras de una Judidth Chemla que hace suyo el personaje y aguanta la permanente mirada de la cámara en un metraje que se me antoja excesivo ante lo arriesgado de la propuesta. Brizé consigue transmitirnos el peregrinaje vital de esta mujer en cuyas lágrimas y sonrisas podemos reconocernos todos los que hemos vivido lo suficiente.

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